Dibujos taurinos de Carlos Sáenz de Tejada



Entrar en el mundo de una bodega del Marco de Jerez es adentrarse en un trozo muy importante de la historia y la cultura de nuestra región. Una secuencia de atractivas sensaciones inundan nuestros sentidos nada más pasar el umbral de cualquiera de las viejas bodegas de Jerez, El Puerto de Santa María o Sanlúcar de Barrameda, un frescor y una luz diferente a la luminosidad de la calle, un inconfundible aroma a bodega, esa mezcla de olor de viejas duelas de roble, de vinos añejándose en las andanas que reposan en la quietud y la penumbra bajo las altas arcadas de las naves, nos hablan de antiguas tradiciones artesanales que convierten el zumo de las uvas claras procedentes de las tierras albarizas, en los mejores vinos del mundo.

Una de esas bodegas, la más antigua del Marco y una de las empresas familiares más antiguas de España, es Delgado Zuleta, de Sanlúcar de Barrameda, fundada en 1744, aunque existen documentos de su actividad de 1719, adoptando su actual nombre en el siglo XIX, de Don José Delgado y Zuleta, marino de guerra que casó con una descendiente del fundador en 1870,  y cambió su carrera militar por la vinatera. La bodega mantiene una gran vinculación con la armada española, siendo La Goya, su manzanilla emblema de la casa, la primera en viajar en un buque de la marina española, el Hespérides, a la Antártida.

Un bonito día de primavera, hace ahora más o menos un año, esperaba en la sala de recepción de Bodegas Zuleta, muebles antiguos de buenas maderas, recuerdos de historia de la bodega, fotos, cuadros, a José María Bustillo, Presidente del Consejo de Administración y novena generación de la familia fundadora, y a Jorge Pascual, su Director General. En la sala, el aroma y el tacto de las finas maderas, los barnices y, en la pared, seis dibujos de temática taurina que me llamaron la atención.

Me acerqué para apreciar el elegante trazo de los dibujos, solo unos toques de rojo en algún detalle sobresalen de los tonos ocres que dominan las imágenes, enseguida reconocí el estilo elegante, las formas alargadas, como manieristas, de las figuras, en la esquina inferior derecha de cada cuadro, unas firmas me confirmaron mi primera impresión, CS Tejada, son una serie de dibujos taurinos del pintor, nacido en Tánger en 1897 y muerto en Madrid en 1958, Carlos Sáenz de Tejada, perteneciente a una familia de la vieja aristocracia de provincias fuertemente arraigada en la Rioja Alavesa. 

Pintor, cartelista, figurinista, decorador e ilustrador español, conocido por sus carteles realizados para propaganda del bando nacional en la Guerra Civil española y, recuperado para nuestra historia del arte tras unos años de olvido, gracias a la magnífica exposición organizada en el Museo ABC de Madrid en otoño de 2011 donde se mostraban sus obras como dibujante de moda en París.

Los dibujos que se encuentran en la sala de Bodegas Delgado Zuleta están realizados sobre papel manufacturado en la fábrica alavesa de Heraclio Fournier, descendiente de maestros impresores franceses que fundó un pequeño taller de naipes en Vitoria en 1868. Probablemente la serie se encargó a Sáenz de Tejada en los años cuarenta del pasado siglo y se grabaron sobre dibujos originales hechos a lápiz, carbón y aguada de color con el habitual virtuosismo en el dibujo del pintor, también utiliza carboncillo cuando ha de sombrear zonas amplias, aunque a veces las sombras más tenues las hace con aguada.

La serie narra, a través de seis dibujos, momentos de la lidia del toro bravo en la plaza, iniciándose con el rezo en la capilla donde, tras el matador como protagonista, aparece la cuadrilla de éste con el recogimiento entre la oración y la incertidumbre ante el enfrentamiento con el bravo animal que está a punto de producirse. Sáenz de Tejada nos presenta unos tipos agitanados, morenos, de generosas patillas y pelo ondulado que, a base de líneas muy precisas y descriptivas, logran un gran realismo y un dramatismo que se acentúa con el claroscuro. Destaca la imagen del matador, siempre concentrado, pensando en el toro, esa mancha negra, intensa, vigorosa, en contraposición a las líneas ligeras y hasta frágiles del matador, que incluso en la última imagen, ya con el toro muerto por el estoque, celebra su triunfo con el respeto que merece tan bravo enemigo. No menos significativos son los rostros de los demás personajes, retratos sicológicos que reflejan a la perfección la forma de ser de estos hombres enfrentados a la muerte y el sentimiento del rito taurino.

En otro dibujo se muestra la embestida del toro al caballo del picador, el animal impresiona por su fortaleza, vitalidad y movimiento. En otros muestra diversos lances de la faena del torero, el maestro abriéndose de capa, las banderillas, un muletazo y, por fin, el triunfo del hombre ante la bestia. Manchas de rojo destacan y dan resalte a los dibujos, la camisa de un monosabio, el grana del capote, un detalle del traje de luces, las divisas sobre el morrillo ondeando al viento… y el negro, musculoso y potente del astado que carga con toda su fiereza al reclamo de los engaños. No se ve al público, solo el sacerdote y los oficiantes, el toro frente a ellos, el ritmo, la elegancia del dibujo acoplándose con la elegancia de los armoniosos movimientos de la tauromaquia, todo envuelto en el ancestral misterio de este rito milenario, arte y cultura, seña de identidad de nuestro pueblo, de nuestra civilización clásica mediterránea perdida en la noche de los tiempos.

                                                                                                 

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