Detrás de la portería de Gol Sur

Grada de Gol Sur Benito Villamarín

Dejé el MARCA sobre su regazo, comentamos algo sobre el Betis y el Real Madrid y me despedí hasta la tarde. Cuando regresé ese mismo día a la hora vespertina de visitas, el ATS jefe de Observación me dijo que había sufrido una crisis y lo habían subido a la UCI de coronarias. No volví a verlo despierto.

Mi madre no tenía valor para revisar sus viejos papeles, aún no. Por las tardes, después de salir del trabajo, me llegaba a su casa, más a acompañarla un rato que a poner en orden todo lo de mi padre. Papeles, contratos y fotos, en blanco y negro, con toda la gama de matices grises de aquellas viejas impresiones en papel duro. Entre ellas, almuerzos del gremio, reuniones con mesa presidencial, celebraciones, con botellines de Cruzcampo, con botellas de Fino Tío Pepe, platos de cuñas de queso y de chacinas, y camareros de impoluta chaquetilla blanca, y risas, caras alegres, algunas achispadas, con puros en las manos, Romeo y Julieta, Partagás.
Ignacio Achúcarro

Entre las viejas fotos de mi padre encontré una donde se le veía sonriente en el graderío del Benito Villamarín. La foto, tomada a ras de césped, la habría hecho alguno de esos reporteros que antes, no había teleobjetivos tan grandes todavía, se sentaban en unas zonas marcadas junto a las porterías. Mi padre se ve joven, la foto sería quizás de finales de los cincuenta, con esa cara que a mí siempre me pareció como de uno de los del Rat Pack, Dean Martin o Peter Lawford, todavía de más joven tenía más aire a Sinatra, claro que mi padre, en vez de smoking, iba con la chaqueta azul Mahón reglamentaria en el taxi entonces, seguro que después del partido seguiría dando unas “carreras” más, para aprovechar la tarde del domingo.
Está en la tercera fila, muy cerca del campo. Entre jóvenes como él, tan solo tres o cuatro mujeres en la foto. Todos con más o menos brillantina en el pelo. Peinado hacía atrás, mi padre mostraba ya entonces generosas entradas, aunque su pelo era aún completamente negro.
Recordé cuando me contaba el periplo del equipo por los campos de Tercera División de aquel Betis que, campeón de Liga, se vio desarbolado tras la Guerra Civil, hundiéndose primero en Segunda, en 1940 y, después, en el pozo de la Tercera en 1947. Quince largos años sin retornar a la División de Honor, años de forjar el mito del “Manque pierda” que gritó Oselito desde la pluma de Martínez de León. El 1 de Junio de 1958 el club volvió a Primera y me gusta creer que la foto es de ese día.

Real Betis 1970-71
Mi madre me cosió el número seis, grande, rojo, de hule, en la espalda de la camiseta blanca, y el escudo en la parte izquierda del pecho, con sus rayas rojas y blancas. Tendría yo seis o siete años y era sevillista, mi padrino, mi tío Carlos, fue quien me inculcó el gusanillo blanco, sí, pero mi padre nunca se enfadó, muy al contrario, un día iba con él de la mano por la calle y me dijo: “te voy a presentar a alguien”. Se acercó a un señor de traje, moreno de tez y que a mí, entonces, me pareció muy fuerte y alto (en realidad solo medía 1,69), “este es Ignacio Achúcarro”. Me quedé embobado, no recuerdo que me dijo aquel hombre, el paraguayo que jugaba de defensa en el Sevilla de aquellos años sesenta y que era mi ídolo.
Mi padre nunca dijo nada, nunca me reprochó nada, pero él y mí otro tío, Joaquín, me llevaban cada dos domingos al Benito Villamarín. Un día, años después, tendría yo diez, le dije a mi padre: “papá, soy del Betis”. Me abrazó sonriendo y seguimos andando calle abajo los dos de la mano.

Javier Compás

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