La zurda de caoba
Amanece la primavera sevillana con la noticia de la muerte
de Rogelio Sosa. Ese jugador elegante y calmado “la que tiene que correr es la
pelota” al que vi en el viejo Villamarín de mi infancia, meter más de un gol
directo desde el córner.
Yo ya lo cogí cuando era el recurso de los últimos minutos,
cuando hacía falta un revulsivo para empatar o cuando, en un partido de
resultado holgado, se quería deleitar a la parroquia con su forma torera de
jugar al fútbol. Porque Sosa, Rogelio, entra en los mitos curristas de un Betis
muy currista, jugador de destellos de genialidad y detalles de clase, no hacía
falta más para ser un mito entre los sufridores de la Palmera.
Años de subir y bajar de Segunda, años de barro en el campo
con las aguas de invierno, de partidos épicos contra un Bilbao con Iribar o un
Real Madrid con Gento y Amancio en las bandas, o partidos de brega contra un
Elche, un San Andrés o un Pontevedra.
Cuando el Villamarín era un campo de cal y cemento, de
tribunas de pie en los goles y de almohadillas que volaban al césped más de una
vez. De marcador simultaneo dardo y de la crónica los lunes del Tito Pepe y su
sobrino, con ese Pepe da Rosa en el recuerdo.
Guardo como un pequeño tesoro el pin del escudo del Betis
que me regaló mi tío Joaquín, bético a rabiar, él me aseguró que se lo quitó de
la solapa al mismísimo Rogelio y le dijo “toma, para tu sobrino” y yo siempre
seguiré creyendo que esa historia es verídica y que mi tío le pidió a Rogelio
el pin de su solapa para un niño que soñaba el fútbol en verde y blanco.
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