El macho eterno
Ha muerto Sean Connery, actor escocés de brillante carrera que ha sido paradigma de eso que se llama madurito interesante, espejo de masculinidad y brazos protectores para las damas y letales para los enemigos. Pero antes de ser un crepuscular Robin Hood, un astuto franciscano, un magnífico rey Agamenón/bombero en Los Héroes del Tiempo, un pícaro exsoldado que pudo reinar o el doctor Jones senior, entre otros muchos recordados (y no tanto, olvidemos su rey Arturo y la peor película del tema que se ha hecho) papeles cinematográficos, fue Bond, James Bond.
Es ese mundo donjuanesco donde se dan, al menos dos tipos de
casanovas. Por un lado tenemos al enamoradizo consecutivo, siempre está sufriendo,
siempre con una meta femenina por conseguir, pero no nos engañemos, su moral,
disimulada tras esa cortina de aparente amor, es tan relajada como la del tipo
duro, más autocomplaciente si cabe y, al fin y al cabo, lo que se trata es de
ir añadiendo piezas a su colección, el amor le suele durar lo que le dura la
pasión por la última dama en cuestión, tiempo que depende de lo que ella esté
dispuesta a seguir el juego.
Otra cosa es el tipo liberado de cualquier escrúpulo moral
con respecto a sus relaciones con las mujeres. No tiene, al menos en principio,
sentimiento de culpa alguno. Lo mismo le dan solteras que casadas, de hecho
desde el teatro clásico, pasando por nuestro Siglo de Oro, es común, sobre todo
en las comedias de enredo, hacer burla del marido burlado, lo que no se ve mal
si el burlador es uno de esos hombres irresistibles.
Bond/Connery pertenece a ese segundo grupo. Además con la
ventaja de que su jefe es, en este caso el estado británico, encarnado
pomposamente como “Su Majestad”, que le da carta blanca para todo tipo de
tropelías, incluido el asesinato, a veces el de la chica, la mala claro, a la
que no tiene escrúpulos en despachar, eso sí, después de haber pasado un buen
rato de cama con ella.
Creo que hay una inmensa mayoría de aficionados/as al cine
que citan a Sean Connery como el “mejor James Bond”, algunos califican a otros
magníficos 007, como Roger Moore (el recordado Santo) o Pierce Brosnan como
blanditos. En definitiva, es, en el fondo de la cuestión, un reconocimiento,
quizás subconsciente, por parte de los hombres de admiración/envidia, de un
tipo elegante, con dinero, cautivador, al que se rinden todas las mujeres,
astuto y atlético. Ellas reconocen en él a uno de esos machos alfa, fuertes,
protectores, que saben sacarte de cualquier apuro, lo mismo en los oscuros
callejones de Bangkok que en una remota isla con castillo de súper villano. El
mismo héroe que siempre tiene mesa en los mejores restaurantes, que sabe lo que
hay que pedir de la carta y lo que hay que beber para acompañarlo y que, por
supuesto, da la talla sobradamente en la cama.
Ha muerto el primer James Bond y con él, quizás, ha muerto
un poco ese macho eterno, elegante y caballero, arrogante y machista, tierno en
su dureza, duro en la ternura, pero que, en definitiva, nos hace recordar a
esos hombres que, aunque se apuren la barba cada mañana, por la tarde tienen
una sombra oscura que deben repasar para enfundarse el smoking y asistir al
cóctel que toque ese día.
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