El hilo rojo

 

Acaban de dar las doce, pero el reloj de la torre de la iglesia cercana no ha dicho nada, se ve que el civismo y la moderación que nos invaden, calla las campanas a una hora prudente para el descanso de los vecinos. Aunque nadie calle el escape libre de la moto que pasa, ni las risotadas de los del bar de la esquina, ni el sonido de máquina infernal del camión de la basura, ni apague las amarillentas luces de los focos que nos contaminan el cielo perdido.

Han pasado las doce, hoy hace 6 años que era 6 de Febrero de 2016. 666, el número de las flores del mal, de ese diablo vestido de niña grande que se pasea sabe Dios por donde, con su melenita rubia bamboleándose de un lado a otro, con sus zapatillas de deporte, viejas y carísimas, que ya no sirven para el deporte, nunca lo fueron, nunca lo son ahora. Las zapatillas de deporte han tomado al asalto las zapaterías, han invadido las calles, y las fotos de las instagramers, con sus faldas vaporosas y sus zapatillas de deporte.

Cordeles con pinzas de un lado a otro de las paredes de ladrillo visto, encaladas, con desconchados de tanto en tanto, todo muy bohemio y transgresor. De los cordeles cuelgan fotos llenas de colores pixelados, manos y pies, brazos y piernas, hombros y caderas, posturas, ademanes, poses, la vida latiendo en barras de bar, en taburetes de coctelerías, en mesas con sofás tapizados de rojo, de tapas de cristal con los mojados redondeles de las huellas de los vasos y el humo de los cigarrillos flotando ausente.

Hace 6 años me costaba respirar. La noche fría y húmeda de Febrero me bloqueaba la nariz, me arañaba la garganta, me raspaba los lagrimales que no dejaban de gotear fluidos acuosos, no eran lágrimas, era el agua de mi esencia vital que me estaban succionando con ojos extraños, escrutadores, mentirosos y como de loco. Agazapados en la cueva tibia de las sábanas, vigilando mi respiración dificultosa, mi incomodo insomnio, para saltar sobre mí en cuanto diera señales de vela.

La mañana solo llegó para que las luces del día me nublaran el entendimiento, para que la tela de la araña me rodeara de una vez, y para siempre, cada rincón de mi alma perdida y errante. Viajando al mundo de las rocas del norte, de los vientos del este, de las lluvias tormentosas de montes negros con extraños nombres.

Hoy es 6 de Febrero y quiero romper el hilo rojo que acaba en el meñique lejano y perdido, pero no puedo, porque si pudiera romperse me desangraría hasta la muerte, quizás… la dulce muerte.

J. C. 

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