El hilo rojo
Acaban de dar las doce, pero el reloj de la torre de la
iglesia cercana no ha dicho nada, se ve que el civismo y la moderación que nos
invaden, calla las campanas a una hora prudente para el descanso de los
vecinos. Aunque nadie calle el escape libre de la moto que pasa, ni las
risotadas de los del bar de la esquina, ni el sonido de máquina infernal del
camión de la basura, ni apague las amarillentas luces de los focos que nos
contaminan el cielo perdido.
Cordeles con pinzas de un lado a otro de las paredes de
ladrillo visto, encaladas, con desconchados de tanto en tanto, todo muy bohemio
y transgresor. De los cordeles cuelgan fotos llenas de colores pixelados, manos
y pies, brazos y piernas, hombros y caderas, posturas, ademanes, poses, la vida
latiendo en barras de bar, en taburetes de coctelerías, en mesas con sofás
tapizados de rojo, de tapas de cristal con los mojados redondeles de las
huellas de los vasos y el humo de los cigarrillos flotando ausente.
Hace 6 años me costaba respirar. La noche fría y húmeda de Febrero
me bloqueaba la nariz, me arañaba la garganta, me raspaba los lagrimales que no
dejaban de gotear fluidos acuosos, no eran lágrimas, era el agua de mi esencia
vital que me estaban succionando con ojos extraños, escrutadores, mentirosos y
como de loco. Agazapados en la cueva tibia de las sábanas, vigilando mi
respiración dificultosa, mi incomodo insomnio, para saltar sobre mí en cuanto
diera señales de vela.
La mañana solo llegó para que las luces del día me nublaran
el entendimiento, para que la tela de la araña me rodeara de una vez, y para
siempre, cada rincón de mi alma perdida y errante. Viajando al mundo de las
rocas del norte, de los vientos del este, de las lluvias tormentosas de montes
negros con extraños nombres.
Hoy es 6 de Febrero y quiero romper el hilo rojo que acaba
en el meñique lejano y perdido, pero no puedo, porque si pudiera romperse me
desangraría hasta la muerte, quizás… la dulce muerte.
J. C.
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