Venías de paso


Venías de paso, no estaba prevista la permanencia.
Te quedaste, y no dije nada, no podría decirlo, me dejaste sin habla.
A lo nuevo y placentero no se le ponen peros, ni al alba ni al ocaso,
aunque no sepa muy bien si el amanecer promete
o si el atardecer es una pequeña y bella muerte.
¿Qué más daba?
Si era el final de mi carrera de lo que en la vida me esperaba, no hay mejor final,
si es un principio, que lo es, no me importa el tiempo,
porque el tiempo es más corto o más largo según lo llenes de vida.
La rutina es interminable, como un camino de tierra al sol de agosto,
en cambio, la aventura de descubrir tu cuerpo,
de descubrir cada recodo de tu ser interior,
es un vértigo, una vorágine futurista y animal, siempre dinámica.

Las tiernas horas de la noche en el blanco reposo de tu cama,
los rayos cruzando el cielo rojo y negro sobre la falda del monte,
tormenta desde tu ventana y tu almohada.
Las pisadas almohadilladas de tu gato blanco y negro, de orejitas sonrosadas,
en el pasillo incierto lleno de libros y pasos de nuestro ir y venir.
En la cocina, el corcho dormido sobre un plato de cerámica,
con la huella violeta y redonda del vino que nos bebimos, rojo sangre.
Unas copas, la tuya, manchada de un carmín rosado, que te robé luego de los labios.
La copa y mi boca, receptores de fluidos, el vino, tu saliva,
y el aroma mezclado de frutillos de bosque, de maderas y del perfume reposado en tu piel.

Las losetas hidráulicas del suelo de tu casa destilan un fresco acogimiento,
una sensación de hogar, antiguo y conocido, donde tus pies descalzos se saben los caminos.
Me siento bienvenido y extraño, aún el sofá no tiene el hueco de mi cuerpo.
Mi cepillo de dientes en el vaso de tu cuarto de baño
es todavía un cepillo de viaje, pequeño y con capucha, y mi toalla es prestada, amarilla.
No tengo sitio definido para mi ropa, que cuelga en perchas de madera, junto a tus faldas,
junto a tus blusas suaves de algodón, de exótica seda, de liviano lino,
sobre tus zapatos de tacón y tus coloridas zapatillas deportivas de tela.
mi maleta aún está sobre la cama del cuarto de invitados,
la cama que nunca he usado.

Nuestro amor provisional no entiende de calles, tira por donde más le apetece,
lo mismo se toma unas cañas con papas bravas
que un vermut con unas banderillas de anchoas y aceitunas.
Y ríe, siempre sonríe ante la provisionalidad y nuestra querida improvisación,
porque no entendemos de normas ni rutas establecidas,
porque somos la transgresión de las aventuras pasajeras
y convertimos las costumbres de los amantes efímeros,
en una manera habitual e irremediable de vivir ya para siempre,
entre el cielo azul despejado y la noche encubridora.

En realidad el que iba de paso era yo,
en realidad en aquel andén, fui yo quien se bajó del tren para siempre,
solo me bastó verte erguida entre la gente,
esos cuerpos que se difuminaron en torno tuyo, perdiendo el color,
quedaste exenta, sola y brillante, como un poste publicitario, como una señal indicadora,
como un planeta habitado en la última galaxia de mi último viaje intergaláctico.
Paseamos hasta la cervecería más próxima que nos gustó
y sellamos un contrato de equipo con dos jarras entrechocadas,
sin dejar de mirarnos a los ojos.

J. C.

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