Documento 1, un juguetito literario



Y conste que digo lo de juguetito en el mejor sentido posible referido a una novela. He de agradecer el descubrimiento de “Documento 1” y su autor, François Blais, a la gentileza y trato profesional que me dispensó el joven de la editorial Barrett en su caseta de la pasada Feria del Libro de Tomares.

Barrett es una de esas pequeñas y animosas editoriales locales que han puesto una nota diferente en la monotonía de los novelones planetarios de las casetas de la pasada feria mencionada. Sus libros, su libro en este caso, es amor a primera vista y al primer tacto, ni grande ni pequeño, limpio de edición, con una cubierta que me encanta, por poner un pero, no me gustan las alas desplegables en portada y contraportada, nadie es perfecto.

A “Documento 1” le llamo juguetito porque, a primera lectura, parece un pasatiempo, bien escrito, sin mayor trascendencia, pero esto quizás sea una apreciación precipitada. Si hacemos una lectura superficial quizás nos quedemos en la historia gris de dos pringaos de una pequeña ciudad del Canadá francófono, por cierto, una de las peguitas (otra) del libro es quizás, no soy un experto, en la traducción, me cuesta creer que por muy raritos que sean los quebequeses provincianos treintañeros, hablen con expresiones como “tranqui barranqui”, un poco perezosilla sí que es la traductora, Luisa Lucuix, que despacha las notas a pie de página por lotes, en fin, tampoco hay que pedirle a una traductora joven que sepa lo que es una correa de distribución, yo tampoco acabo de pillarle el tema a los motores de explosión.

François Blais

El libro, brillante a ratos, divertido, nos propone una prosa desenfadada, con una técnica fresca, dirigiéndose directamente al lector (¿”puesta en abismo”, Luisa?) y con algunos truquillos un poco “cantantes” para rellenar páginas, quizás esa sensación de hacer lo menos posible, el título del mismo libro lo propone el programa Microsoft Word, que transpiran los dos protagonistas sea un trasunto de la actitud vital del mismo Blais, quién sabe.

Como quiera que sea la propuesta inicial me cautiva, por afinidad con una afición mía de la infancia. Igual que Tess y Jude recorren carreteras, pueblos y ciudades a través de Google Maps, yo lo hacía en un viejo y magnífico atlas de la editorial Aguilar, al que echo mucho de menos y del que me pesa haber perdido el rastro a lo largo de los años. Así aprendí mucha geografía y, seguramente, a ello, y al estudio previo de los planos de las ciudades antes de viajar a ellas, incluida la mía propia, deba mi habitual buen sentido de la orientación (por cierto, tengo que citar en este párrafo que quizás también mi fascinación por Michel Houellebecq, venga tanto de su obra en sí, como de la temática artística que practica su protagonista en “El mapa y el territorio”).

Blais trasciende esa aparente inutilidad vital de los dos jóvenes, para ponernos delante, con sentido del humor y sin tragedias, algunos de los problemas del mundo moderno, trabajos basura, subvenciones estatales, miedo a salir de casa y dependencia de los videojuegos. No hay sexo, en realidad ni sabemos si los protagonistas son algo más que compañeros de piso, la única nota emotiva al final es la relación con un chucho encontrado en la carretera que los protagonistas adoptan con esa aptitud animalista tan de hoy.

En cualquier caso una lectura recomendable, rápida y distraída, ligera y con más pretensiones quizás que las que aparenta. En realidad ¿a quién le puede interesar viajar a Bird-in-Hand?

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