Carmen Laffón, la suave transición de la pintura
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar, que es el morir”… Así va el Guadalquivir a su glorioso encuentro, desde Sevilla a Sanlúcar de Barrameda, entre la línea verde de Doñana y la franja de arenas finas de la playa sanluqueña. Allí le acoge con sus brazos abiertos el Atlántico. Así, entre Sevilla y Sanlúcar se nos ha ido dulcemente, Carmen Laffón.
La pintura de esta sevillana podría servirnos de eslabón
necesario para comprender la destilación de la pintura pura. El caminar de la
figuración concreta a la pureza abstracta. Fijándonos en sus obras, entendemos
la lírica cromática de un Zobel o la desnudez limpia en las geometrías coloristas
de un Manolo Salinas y, ahora, en afortunada nueva generación, de su sobrina
Inés.
El Museo de Bellas Artes de Sevilla, tuvo el acierto de organizar una exposición con obras de Carmen Laffón entre octubre de 2020 y febrero de 2021. Y yo tuve la fortuna de recorrerla. Pinturas, y también esculturas, recogidas bajo el título de “El estudio de la calle Bolsa de Sanlúcar de Barrameda”. Su estudio. Allí estaban, como las estatuas del Comendador y otros convidados de piedra, muebles y enseres unificados por la monocromía clara y fantasmal que le dio la autora. Una azotea con vistas al mundo, donde Laffón dignifica objetos allí olvidados, que cobran vida y protagonismo bajo su paleta creativa.
El río, Bajo de Guía, la vecina de enfrente, Doñana, La
Calzada, pero también bodegones y dibujos. Había pintado desde su azotea
sevillana, vistas de la ciudad. Aun siendo diferentes, siempre nos trasladan
esa sensación de serenidad y lírica de sus obras. Suaves transiciones
geométricas que nos llevan a recorrer los paisajes, las azoteas y tejados
cercanos, las cúpulas, las torres más lejanas, con nuestra mirada. Y la luz, la
iluminación de cielos que ganan terreno al caserío, protagonizando a veces la
mayor parte del lienzo.
De Sevilla a Madrid. Luego formación en París, Roma y
también Viena y Holanda, hitos importantes en su educación artística. Teníamos
algo en común, la admiración por Mark Rothko, ese creador de enormes lienzos
que envuelven al espectador con sus juegos cromáticos. Luz, color, en
definitiva, placer visual por el que debemos de estarle sumamente agradecidos a
Carmen Laffón.
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