Línea de fuego (Alfaguara, 2020) la supuesta ecuanimidad de Pérez-Reverte

El 24 de Julio de 2023 llegué a la sevillana estación de trenes de Santa Justa para emprender un viaje. Buscando algo de lectura para el camino, entré en el quiosco librería de la estación. Me saltó a la vista una oferta, en libro de bolsillo, de la novela “Línea de fuego” de Arturo Pérez –Reverte, no la había leído y su tema, su volumen y la garantía de que la prosa del autor cartagenero al menos es entretenida, me hizo comprarlo.

El destino, la casualidad o, como dice una amiga mía muy cursi, “ese momento mágico de serendipia”, hizo coincidir la fecha del día que el libro cayó en mis manos, con la fecha, la noche del 24 al 25 de Julio de 1938, en que se inicia la acción del libro.

La narración se centra en un teatro de operaciones secundario dentro de la batalla del Ebro, la más sangrienta de la Guerra Civil española. Un pequeño pueblo a orillas del río, un par de cerros, no me gusta la palabra “pitón” que emplea el narrador, y la carretera entre Mequinenza y Fayón, son el escenario donde se mueven los personajes del libro. Como se diría tópicamente, un reparto coral, donde toman protagonismo ocho o nueve personajes, pertenecientes cada uno a distintas organizaciones militares dentro de los dos bandos en conflicto.

La prosa es ágil y el libro distrae, aunque en sus alrededor de setecientas páginas, parece que haya frases, e incluso párrafos, que se cortan y pegan de un capítulo a otro. Es en parte lógico ya que, en la larga extensión del relato, asistimos a ofensivas y contraofensivas, donde unos palmos de tierra pasan de unas manos a otras alternativamente, en una gran similitud de acciones bélicas.

Si además de la lectura de esta historia, se conoce un poco la personalidad del autor, incluso su intervención en la edición de “Letras en Sevilla” de 2017, dedicada a la Literatura y la Guerra Civil, o entrevistas específicas al respecto, como la que mantuvo el autor en Onda Cero con Carlos Alsina, se entenderá un poco mejor lo que el libro transmite. 

Pérez-Reverte siempre ha mantenido esa pose como de tipo durete y descreído, de vuelta de mil batallas, en plan yo soy ciudadano del mundo, a mí las banderas no me ponen, al final lo que cuenta es el camarada que tienes al lado y salvar el pellejo, y todo ese relato del reportero intrépido, oliendo a sudor, tabaco y whisky. Con ello, el autor argumenta que su libro no va de la Guerra Civil estrictamente, sino de las personas que lucharon en ella, de los que, voluntarios o a la fuerza, se vieron inmersos en esa vorágine de fuego y sangre entre compatriotas.

Lo que pasa es que a Pérez-Reverte se le ve el plumero. El murciano es seguido en redes por una legión de admiradores, yo diría más bien de corte conservador, entusiastas de sus tuits y de sus artículos en el dominical de ABC. Me temo que muchos de ellos se sentirán un tanto defraudados al leer “Línea de fuego” y comprobar que la querencia del escritor es a la izquierda en general y con un cariño especial a los comunistas en particular.

El escritor creo que pretende alinearse, en un postureo intelectualoide quizás motivado por el rechazo que la “intelectualidad literaria” tiene hacia el autor y su obra, en eso que se ha llamado “tercera España”, tomando como modelos a personajes como el periodista sevillano, Manuel Chaves Nogales. Normalmente gente de izquierda, pero un tanto defraudados de la deriva extremo izquierdista de la II República española que, por lo general, pusieron bastantes kilómetros entre la patria en llamas y ellos.

Esto se traslada al texto en el distinto tratamiento que el autor aplica a los diversos grupos militares que intervienen en el “fregao”. Pérez-Reverte deja traslucir su admiración y cariño por esos obreros de izquierda que fueron al frente a “defender la legitimidad de la República, los derechos de los trabajadores y el avance de las mujeres”, fijándose particularmente en los comunistas seguidores de la línea oficial estalinista, a los que reconoce como los más eficaces sobre el terreno de batalla entre el caos de las tropas republicanas. Además, es en el caso de estos grupos digamos que del ejército rojo, donde el autor entra en ciertos diálogos de debate político, eso sí, con críticas a ciertos dirigentes.

Nada parecido ocurre cuando salta la narración a los grupos militares del otro bando, a los que llama el autor “fascistas” en casi todas las páginas, ni “nacionales”, ni “franquistas”, directamente fascistas. Especialmente duro es con los falangistas, cayendo en el tópico habitual de tildarlos como los asesinos más encarnizados del bando “nacional”, sin hacer la más mínima referencia al republicanismo y a las ideas fundacionales de Falange Española y de su líder asesinado, José Antonio Primo de Rivera. En ese canallismo chuleta tan caro al autor, trasluce cierta admiración por la eficacia militar y el particular código de honor de la Legión. De pasada se refiere a los moros, de hecho, uno de los personajes, que hace casi pareja humorística con un cobarde héroe a la fuerza, es un moro que lucha contra los “sin Dios”, por el botín y por el santo Franco.

La única muestra de cierta ternura que muestra Pérez-Reverte con tropas del bando “sublevado”, por cierto trata el golpe de estado socialista de 1934 como protesta obrera, la tiene con los carlistas catalanes, pero esto probablemente esté motivado por un gesto con su amigo el pintor, Augusto Ferrer- Dalmau, a quien dedica el libro y que colabora en el mismo con varias ilustraciones.

Como comentaba más arriba, el que haya escuchado a Pérez-Reverte en alguna de sus entrevistas al respecto, puede haber oído comparaciones tan tendenciosas y peregrinas como decir, más o menos literalmente: que muchachos comunistas que vendían Mundo Obrero en el barrio de Salamanca ¿? fueron asesinados o que muchachos falangistas, menores de edad normalmente, que vendían el periódico del partido en sitios como Cuatro Caminos, llevaban una pistola en el bolsillo (sin mencionar que fueron estos los más castigados y muertos por los pistoleros comunistas y socialistas).

Él lo ha dicho, no pretende la equidistancia, aunque si la “ecuanimidad”, o sea, que, prefiriendo a una de las partes y considerando a la otra como la ilegitima y agresora, puede comprender las motivaciones de esta. 

Con todo ello, si quieren pasar un rato entretenido, con una narración muy dinámica, cinematográfica diríamos, lean “Línea de fuego”, quizás descubran al verdadero Pérez-Reverte.

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