101 años de la muerte de Amadeo Modigliani
La elegante languidez de sus figuras humanas cabalga en un
bucle temporal con el Manierismo italiano de Parmigianino o Sebastiano del
Piombo y su sprezzatura, la
espiritualidad que se fuga hacía el cielo de El Greco y el sensual erotismo de
la vida parisina Belle Époque. En una
mezcla de ADN mediterráneo que completan unas gotas de sangre hispana gracias a
su ascendencia sefardí.
Con más penas que gloria pasó su centenario en 2020, ese año
raro y fatal donde la enfermedad lo ha tapado casi todo. La enfermedad también
acompañó a Modigliani desde su infancia, el envoltorio bello y seductor de su
cuerpo tapaba un deterioro agudizado por su afición a las drogas y su
alcoholismo. Vida maldita que trascendió a su propia muerte, prolongada a los
pocos días con el suicidio de su amante, su musa, su modelo constante, la madre
de su hija, la jovencísima, también pintora, Jeanne Hébuterne, que se arrojó
desde una ventana de la casa de sus padres a los dos días de morir Amadeo,
estaba embarazada de ocho meses de su segundo hijo.
Contrasta la vida en la pobreza de Modi con las tremendas
cantidades de dinero por la que se han subastado sus cuadros años después. Iba
a decir su vida triste, pero no lo creo, él vivió a su modo, bebiendo ron en
los bares con sus amigos artistas y literatos, Picasso, Jean Cocteau, acostándose
con mujeres seducidas por su encanto. El príncipe de la bohemia escribió
alguien, con su perenne traje de pana, sus pañuelos al cuello, sus cabellos
alborotados.
Jeanne y Amadeo reposan para siempre en la misma tumba del
cementerio Pere Lachaise de París.
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