Dobles vidas

 

Hace poco he visto una interesante película, Dobles vidas. Aunque en un primer análisis más superficial pudiera parecer que el título se refiere a los adulterios recíprocos de los personajes del film, eso sí, diríamos que muy a la francesa, “muy civilizados”, la verdad es que el guion tiene bastante más calado.


Los protagonistas principales son un editor y su mujer, actriz de series de televisión (una siempre interesante Juliette Binoche), un escritor, al que edita el marido de Binoche siendo esta su amante y cuya esposa es asesora política, la única que no tiene un adulterio digamos “humano”, aunque se puede decir que le pone los cuernos a su marido con el trabajo incesante volcada en su “jefe” político.

Todos son amigos entre ellos y, como es normal también en las interesantes películas “corales” francesas, se reúnen constantemente en acogedores hogares para charlar de cosas interesantes en torno a una cena donde por supuesto todos beben vino. En esas conversaciones gira el argumento principal de la película, ese que la recorre constantemente por debajo, sutilmente, de la vida de todos, el cambio de un mundo tradicional, representado por los libros de papel a un mundo digital, de exposición en redes, de superficialidad en las lecturas, de bombardeo de información, muchas veces sesgada y partidista.

Efectivamente el argumento gira en torno al mundo editorial, la supuesta y eterna crisis del libro “físico” y el salto al digital: libro electrónico primero y ahora audio libro también. Pero hay mucho más, la fría mirada empresarial del editor, el egocentrismo del escritor y sus libros en torno a su propia vida sentimental, el cansancio de la actriz por su encasillamiento en una serie policiaca, típico telefilm adictivo, la incesante actividad de la asesora política para mostrar siempre la buena cara de su jefe, la apariencia electoralista del político, siempre dispuesto a agradar, vigilante de su “doble vida”, para que, objetivo al fin y al cabo, consiga el mayor número de votos posibles.

Hay otros personajes interesantes, como la joven contratada por la editorial para desarrollar su línea digital, bisexual, convencida de que el mundo de la literatura tradicional muere y, en el fondo, una joven ambiciosa (iba a escribir trepa pero quizás sea una excesiva mirada personal mía dado mi apego al “viejo mundo”) que abandonará la editorial por un puesto mejor, más global (se marchará a trabajar a Londres para toda Europa, no se habla del Brexit).

Con todo ello, los engaños son aceptados implícita y explícitamente por los personajes. Los amantes finiquitan sus relaciones de manera más o menos civilizada. No hay gritos, no hay peleas, es gente culta que habla abiertamente, o no tanto, de sus problemas. Matrimonios y parejas que, o no tienen niños o, en el caso de la Binoche y su marido que tienen uno, este apenas está con sus padres, siempre al cuidado de la abuela o de una niñera, el crío apenas aparece en sus vidas.


Dobles vidas sentimentales, dobles vidas profesionales, dobles vidas, también sociales, como por ejemplo cuando llegan a casa el escritor y su mujer, después de una de esas cenas de amigos ella dice que estaba deseando irse, “solo han hablado tonterías”.

La cinta, fundamentalmente muy francesa, nos evoca el cine de Woody Allen, pero más que pensar en la influencia del neoyorkino, muy al contrario, pensamos en lo que la filmografía de este le debe al cine francés y explica, en parte, el éxito de Allen en Europa en general y en Francia en particular.

Gente en definitiva, culta, educada, burguesía urbana francesa acomodada, cosmopolita, que bebe vino en buenas copas, que frecuenta bistrós con encanto y que juegan a llevar sus debilidades humanas de la manera más civilizada posible, algunos dirán que fríos e hipócritas, ya ven, cada uno ve las cosas a su manera, en eso está, y en aceptarlo, la civilización avanzada europea.

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