En recuerdo del pintor Manuel Salinas (Sevilla, 1940 – 2021)
Me llega la triste noticia del fallecimiento del gran pintor sevillano, Manuel Salinas, no hace muchos días lo vi por última vez, me temo ahora. Caminaba por la Alameda, era jueves, naturalmente, inconfundible, su andar un tanto desgarbado, un poco curvo su rectilíneo cuerpo, como pensando (me acuerdo del conejo blanco y su gran reloj en Alicia en el País de las Maravillas) “llego tarde, llego tarde”.
A Manolo me lo presentó un amigo común, el anticuario
Dionisio Rodríguez, ambos madrugadores del mercadillo del Jueves cada semana.
Me halagó mucho que un día me llamara Dionisio para decirme que Manolo quería
que quedáramos para que le diera mi opinión sobre una piedad del estilo de
Antón Van Dyck, que tenía en su estudio de la calle Jesús del Gran Poder, fue
cuando visité por primera vez su lugar de trabajo. Más tarde conocí de su mano
la magnífica casa familiar de la calle Mateos Gago. Después, aquel día del “Van Dyck”, lo acompañé caminando hacia su casa y me invitó a hacer una parada en La
Trastienda de la calle Águilas, cervezas y cigalas (también amaba la buena
comida), una de sus escalas favoritas de vuelta al hogar donde presidía la mesa
del almuerzo familiar cada día.
Era Salinas de esos sevillanos de la parte de Romero Murube, fino y frío (apelativos que se le adjudican a Unamuno sobre nosotros), hombre de palabras las justas, de maneras elegantes, como sus manos, que cobraban vida y velocidad delante de los lienzos. Rara avis en la clase alta sevillana, Salinas es uno de los pintores abstractos más importantes de España de las últimas décadas. En una ciudad difícil para ese tipo de arte, él se hizo un hueco para vender y que sus cuadros se colgaran en muchas paredes de la ciudad.
La pintura abstracta de Manuel Salinas evoluciona desde su
base clasicista de estirpe puramente mediterránea, hacia la destilación del
espíritu puro de la pintura. Su estilo es inconfundible y personal, muy identificable,
como un Rothko de la Bética (de madre catalana), sus superficies de color nos
transmiten armonía y espiritualidad, a diferencia del pintor lituano, Salinas
no rechaza el apelativo de abstracto, muy al contrario, se autocalifica de “pintor
abstracto radical”, sin desdeñar la figuración.
Fue un gran defensor de que en España se creara una ley de
mecenazgo, algo que él pensaba sería fundamental para el desarrollo del Arte en
nuestro país. Por fortuna quedan sus cuadros y, siguiendo su estela pictórica,
el prometedor trabajo de su hija Inés, a quien hoy acompaño, y a toda su
familia, profundamente en el sentimiento.
Javier Compás
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