Viñedos de Robyn, el sueño de Miami en Jerez
Noel Robyn es un estadounidense con una larga trayectoria profesional que, tras vivir en varios países a lo largo de su carrera, varios de ellos en Argentina, junto a su mujer, Regina Redondo, decidieron hace unos años establecerse en Jerez como su lugar escogido entre otros que visitaron para que fuese su paraíso perfecto. Para ello compraron hace ocho años una finca situada entre viñedos en el Pago Carrascal, curiosamente un lugar que solo conservaba unas pocas hectáreas de Palomino Fino, antes fue propiedad de Bodegas Williams & Humbert, cuyo rastro se muestra en la veleta del torreón del caserío, estando lo demás sembrado de trigo y girasol.
Rodeado de viñedos de significativas bodegas jerezanas, en
una finca con mucha historia, Robyn decide plantar uvas tintas y elaborar vinos
tranquilos, no generosos, algo que no es novedoso en la zona ya que cerca está
la bodega de Luis Pérez que también elabora tintos. Parcelas que tienen muy
buena ubicación, por su orientación a Poniente y al Norte, con unas tierras
albarizas barajuelas que rinden unas 5.000 plantas por hectárea.
Junto a la pareja de anfitriones, nos guio por los viñedos y en la cata de los tres vinos que, de momento, se embotellan en la bodega, José Manuel Bustillo, “Busti” como le llaman ellos, hacedor de la magia del vino.
Llegó a las copas para comenzar, Primerizo Malbec 2018, que nos muestra una capa ligera de color,
con una agradable nariz de frutas maduras, siendo carnoso en boca, aun algo
tánico tras su crianza de al menos 12 meses en barricas de roble francés,
aunque los tostados son muy sutiles. Una Malbec diferente a las argentinas, lógicamente
influida por los suelos jerezanos y su clima más caluroso.
Tinta Rota 2019 es
un monovarietal de la autóctona Tintilla de Rota, para mí el vino con más
elegancia y atractivo de la jornada. Mineralidad y notas vegetales en un primer
momento que dejan paso a una elegante persistencia que concluye con una
agradable sensación de redondez en el paladar.
Para concluir el anfitrión tuvo el detalle de hacernos pasar
a un rincón mágico de la casa donde atesora unas botas de añejos vinos, de los
que disfrutamos de un fantástico y viejísimo amontillado.
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