Relatos italianos. Crónica 1: Bolonia la roja (1ª parte)
Pues ahí estaba yo, convertido en eso que tanto critico de mi ciudad (y no citemos ahora lo de la paja en el ojo ajeno) convertido por obra y gracia del verano en un guiri más, habitando en un piso turístico y, móvil en mano, recorriendo el casco histórico de Bolonia, de Verona, de Venecia, de Florencia, siguiendo la corriente humana del momento y del lugar. Y dirán ustedes a la vista de todo este rollo inicial por qué lo hace si no le gusta, eso digo yo.
Mercado delle erbe |
Pero vayamos a lo mollar. Y no escatimaré en contar lo bueno
y también lo menos bueno, porque para que todo parezca maravilloso y de color
de rosa ya están las instagramers. Lo
primero, en Bolonia en Agosto hace mucho calor, pero un calor poco llevadero,
pegajoso y húmedo, tipo Barcelona en la misma época, con un agravante, apenas
hay aires acondicionados, ni en las casas, ni en los bares.
Otra cosa peculiar, ese ambiente como de los setenta que se
respira en algunos sitios, sobre todo en las estaciones de tren. Y aquí viene
un punto que me ha cautivado, la red de trenes de alta velocidad que a diario
te pueden llevar en poco tiempo de una ciudad a otra, qué envidia, cuando iba cómodamente
sentado mirando por la ventanilla el paisaje de la Emilia Romagna, de la Toscana
o del Veneto, me acordaba de los trenes de España en general y de mis queridas
Andalucía y Extremadura en particular, qué diferencia. Ciudades como Bolonia y
Florencia, con la mitad de población ambas que Sevilla, con unas estaciones de
trenes inmensas, con enlaces a cualquier parte, a diario y a varias horas,
estaciones llenas siempre de gente. Trenes rápidos, puntuales habitualmente y
con precios muy sensatos.
Garibaldi |
En Bolonia nació, en 1088, la primera universidad de Europa.
Su tradición intelectual es de siglos. Su situación clave en el centro de la
llanura padana la hizo referencia norte de los Estados Pontificios, hasta que
se integró en el siglo XIX en la naciente nueva Italia unificada. Hay una
magnífica estatua ecuestre de Garibaldi en la Vía de la Independencia, obra del
escultor, Arnaldo Zocchi.
Nuestro piso, amplio, suelo de parqué, techos altos, amplías
habitaciones, mal amueblado, con un jardín comunal, como suele ser habitual en
las casas de allí, está en una calle donde se ubica un hospital, moderno pero
con rastros en sus edificios, de que la zona ha sido sanitaria desde décadas.
Unos soportales bellos, como todos los boloñeses, me hacen pensar en aquello
que obsesionaba al pintor renacentista Paolo Uccello, la perspectiva.
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