Relatos italianos. Crónica 3: Florencia, mármoles y gigantes
La ciudad parece estar hecha para gigantes y por gigantes.
La grandeza del Renacimiento florentino, la ambición y poderío de los Medici, la grandiosidad de Miguel Ángel. Parece que todo fue obra
de atlantes, de titanes. Medidas desmesuradas que aún parecen más grandes
recubiertas del lujo marmóreo de las piedras de Carrara. Mármoles veteados de
colores que convierten al Duomo, al Campanile, al Baptisterio, en joyeros
maravillosos que un mago ha convertido en piezas gigantes.
En un casco antiguo lleno de bellos rincones, la catedral de Santa Maria del Fiore,
parece navegar con su palo mayor, el grácil Campanile de Giotto y su puente de mando, altivo y bello, “Il
Cupolone”, la cúpula diseñada por Brunelleschi
marcando la línea del cielo florentina con su llamativo recubrimiento de tejas
de barro rojo, subrayada por las nervaduras de piedra blanca. Parece más
pequeña de cerca que de lejos. Es difícil librarse del “síndrome de Stendhal” y
digerir tanta belleza en un solo menú.
La Galería de los Uffizi no es un museo cualquiera, es una muestra del surgimiento de como se ordena una maravillosa colección de piezas artísticas para el disfrute del público en general. Un sitio peculiar de visitar por sí mismo, en sus galerías paralelas el visitante se maravillará ante tesoros del arte que, más allá de las obras más mediáticas, nos muestran con generosidad el desarrollo de la pintura y la escultura en Italia desde la época helenística. Puedes encontrarte una cola para entrar en la sala joyero, la Tribuna de Buontalenti, donde se muestra la Venus de los Medici, pero en la sala de al lado, podemos extasiarnos, mientras montones de orientales se hacen selfis ante la Alegoría de la primavera de Boticelli, de una majestuosa Anunciación del pintor florentino del Quattrocento a la que casi nadie le echa cuenta y que es una obra maestra de sutileza y composición. Luego vendrán, entre otros, Leonardo da Vinci, Rafael Sanzio, Miguel Ángel Buonarroti, eso sí que es un tridente galáctico. Te tomas un respiro al pasar de una galería a otra en la esquina de los ventanales que te ofrecen una magnífica perspectiva del Ponte Vecchio y del río Arno, que fluye, sereno y ancho bajo las arcadas del puente, fijándote en los tonos sienas y amarillos de las casitas que se ubican sobre él y que acogen, como comprobaremos después entre otro mar de turistas, multitud de bellas y pequeñas tiendas de joyería. Una lamentable curiosidad, muchos se pierden casi la mitad del museo porque, la visita comienza desde las galerías superiores, en vez de bajar al piso inferior, salen a la calle por la terraza del bar, ojo que te puedes perder, entre otras decenas de obras maestras, las pinturas de Caravaggio. La ventaja es que estas salas están mucho más despejadas que las de arriba.
Hagamos un descanso para el avituallamiento. Una de las
dificultades cuando se visita una ciudad de estas características es saber
distinguir entre locales de hostelería para guiris y los más auténticos. Por
supuesto fíate poco de esos portales web tan famosos, entonces ¿qué? Tres
cosas, que te informe algún conocido del lugar que sepa, que hayas hecho los
deberes con una buena investigación previa al viaje o que tengas intuición
gastronómica y suerte. Iba a decir también que fijándose en la clientela, pero
al centro de Florencia, más en pleno agosto, le pasa lo mismo que al de muchas
otras ciudades turísticas, parece que no vive nadie local en ellos, idea
reforzada por la falta absoluta de tiendas digamos que necesarias para el vivir
cotidiano, fruterías, carnicerías, supermercados, droguerías, ferreterías, nada
de eso hay en el centro de Florencia, más allá de restaurantes, tiendas de
souvenirs y otros comercios de moda, heladerías y demás.
Florencia también nos puede ofrecer bellos rincones sin demasiada gente. Cruzamos al otro lado del río para, desde una bonita terraza, tomar un Spritz frente a los Uffizi. Caminamos hacia el este para cruzar de nuevo el Arno, por el puente paralelo al Vecchio, Ponte de la Grazie, y pasar por la gran Biblioteca Nacional Central de Florencia,
albergada en un edificio neoclásico de principios del XVIII, buscando la basílica franciscana de Santa Croce, para, en su amplia plaza, contemplar el atardecer florentino junto a la estatua de Dante. Antes de llegar a la estación de tren, concurridísima también y con un sabor de tiempos pasados, descansamos en un banco de los jardines que están delante, en otra gran plaza, de Santa María Novella, otra joya de mármoles bicolores donde, entre otros, tuvo intervención decisiva el gran arquitecto, León Bautista Alberti. En el interior frescos de Masaccio, Ucello y Ghirlandaio, pintor este enterrado en la misma basílica, entre otras obras de maestros renacentistas.Dejamos con pena Florencia, sus colosos, sus iglesias de mármoles
blancos y verdes. Recordando, como las puertas
del baptisterio del Duomo, que estamos en la entrada del Paraíso.
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