Cervecería Baturones, “El Santuario no se rinde”

Cervecería Baturones
exenta tras el derribo del barrio de San Julián
Pensaba titular este artículo: ‘Crónica urgente del “nuevo” Baturrones’, pero al final hablaré más de aquella mítica ‘Gran Cervecería Casa Baturones’ que del nuevo bar que le ha crecido a las Setas al pie de la calle José Gestoso.

Verán, es que entré picado por la curiosidad el mediodía del pasado viernes, como harán muchos atraídos por el nombre, solo con la intención de conocer el sitio y probar su cerveza, a ver si eran dignos del atrevimiento de apelar a un supuesto “homenaje” (operación de marketing) a la desaparecida cervecería de la Ronda de Capuchinos. El caso es que algo en el ambiente de esa luz de mediodía que veía desde la magnífica barra del nuevo bar, me hizo evocar una luminosidad antigua, una sensación de bienestar, de vuelta a casa, de bar libre de la ola turística… Era temprano y aún apenas había público. Quise disfrutar de esos momentos a solas, de pie en la barra, con mi vaso de cerveza fría y una conchita de avellanas con cáscara (cacahuetes). Así, sin tapas ni nada, ya volveré para probarlas.

He dicho vaso de cerveza porque verán, en la pizarra del local se anuncia: Tanque 1,70 euros. Yo por ver qué pasaba pedí primero una caña, me pusieron por delante un vaso que evoca los tanques sevillanos antiguos, esos que ponen todavía en las tabernas cerveceras top de la ciudad (EL Tremendo, El Jota, Casa Julián, Coronado…) no me comentó nada el camarero, pensé: bueno vale, al menos aquí nadie te da la chapa con ese horripilante nuevo nombre de “cortaíta”. Seguí con el experimento y para el segundo trago pedí un tanque… silencio administrativo y, oh sorpresa, me ponen el mismo vaso de antes. Buuueno, no pasa nada, perfecto, ya sabemos, cerveza Cruzcampo muy fría, bien tirada, a 1,70 €, perfecto para los tiempos que corren. 

Me apropié de las cartas que andaban por allí para bichear sobre tapas, raciones y bebidas de la casa. Bien el tema de vinos generosos. Pescado frito para tomar y para llevar, magnífico. Tapas frías y calientes. Le di la vuelta a la carta de tapas y, sorpresa, un texto con ambiciones poético literarias que quiere justificar el enlace con la vieja cervecería Baturones, chasco, se da uno cuenta como el discurso seudo histórico-cultural de la izquierda ha calado en la gente, siempre han sido muy listos para eso. Una retórica de ese tópico lugar común de la España triste y oprimida, en blanco y negro. Presentando el viejo bar como un oasis para olvidarse de las penas del duro día a día. Buf, un coñazo.

la nueva Baturrones
Yo estuve en el viejo Baturones, aunque apenas tenga conciencia de ello porque era muy pequeño. Pero mi padre me contaba cosas del sitio y del entorno. Era la Sevilla que pudo salir de las casitas bajas que se inundaban con las subidas del Guadalquivir, la Sevilla de los corrales con familias viviendo en un dormitorio y compartiendo cocina, lavadero y váter con decenas de familias más. Las que marcharon a los barrios nuevos, a pisos con cocina y cuarto de baño propio, con dormitorios para los niños. Gente que trabajaba en Tabacalera, en Sevillana de Electricidad, en Construcciones Aeronáuticas, en Abengoa, en Elcano, en FASA Renault, en Hytasa, en RENFE… encantados de sus nuevas viviendas, eso que ahora una de esas indocumentadas podemitas ha llamado “infra viviendas franquistas” la pobre tarada, qué sabrá ella ¿Cuándo su partido, por cierto, hará algo efectivo contra la desalmada política ultra capitalista de vivienda? Nunca, porque todos están en el ajo. Las mismas casas donde ahora sus nuevos vecinos hacen desaparecer las placas del Instituto Nacional de la Vivienda que les dio digno cobijo a sus progenitores. Ya quisieran miles de jóvenes y no tan jóvenes, poder acceder al alquiler de uno de esos pisos que no encuentran hoy día por menos de 800 euros al mes. 

“El Santuario no se rinde” fue una frase adoptada por los sevillanos, tomada de los defensores numantinos del Santuario de la Virgen de la Cabeza de Jaén, donde unos pocos guardias civiles y sus familias, además de civiles, sacerdotes, mujeres y niños, resistieron el asedio de cientos de milicianos que los machacaron con bombardeos durante semanas. Ese sería el lema de la resistencia de un emblemático local, enclavado, en solitario, sobre una pequeña loma de la Ronda de Capuchinos, resistiendo durante años el acoso de la especulación urbanística de la época. La que arrasó y sigue arrasando, que en esto apenas se diferencian los regímenes políticos, nuestras calles y sus edificios históricos.

Volveré a Baturrones, al nuevo, así con dos eres (lagarto, lagarto) que era como casi todos llamaban a aquella gran cervecería.

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