Malandro, un restaurante para disfrutar

Indudablemente uno va a un restaurante para comer bien, al menos creo que eso debería ser lo primero a la hora de reservar una mesa, sin que olvidemos la bodega. Sin embargo hay una serie de circunstancias que hacen aún más placentera la visita a uno de esos locales donde vamos a disfrutar de un rato gastronómico. El servicio de sala por supuesto que es otro punto primordial. A partir de ahí están esos detalles diferenciadores que nos hacen apuntar como favorito a ciertos restaurantes. Y todo lo citado, más algunos de esos detalles que, como diría una redactora de revista actual, suponen “un plus en nuestra experiencia”, lo tiene Malandro, el restaurante de Sevilla que visitamos por segunda vez hace unos días. 

Comencemos por la situación, en el céntrico barrio del Arenal, un enclave cargado de historia junto al río Guadalquivir, justo desde donde partían y llegaban las naves de América. El local se sitúa en el compás de la plaza de toros, la Real Maestranza, cuyas encaladas tapias y balcones exteriores casi se pueden tocar desde las terrazas de Malandro, incluso se atisba alguna porción del dorado albero del ruedo. Luego está el local en sí, distribuido en tres plantas. La primera con un amplio y cómodo bar, que además cuenta con dos reservados, donde podemos tapear y degustar, entre otras cosas, los perniles que se apoyan en los jamoneros y las exquisiteces que nos muestra una bien surtida vitrina central.

Nos saltamos la planta intermedia para citar la terraza superior, donde el restaurante, por demanda, le ha comido terreno al bar de copas, donde es un privilegio disfrutar de la noche sevillana al lado del coso maestrante y bajo el cielo hispalense.

En la primera planta está el restaurante propiamente dicho. Una terraza al aire libre y, aquí está la clave de ese “plus” mencionado, una preciosa sala con cómodas mesas bien vestidas y con una disposición que nos hace disfrutar de uno de los lujos mejores en estos sitios, el espacio. El interiorismo de Pablo Roig y los murales del artista sevillano, Jaime Abaurre, configuran un ambiente muy agradable, con un acertado contraste entre lo moderno y la evocación de la artesanía tradicional local como es la de los alfareros. Todo ello con mesas vestidas y una buena vajilla y cristalería nos alegran la vista y las expectativas. 

Muy enfocado en carnes a la brasa, sin embargo pudimos disfrutar de algunos otros platos muy interesantes de su carta. He de decir, para aclarar algunos de los comentarios que verteré a continuación, que en esta ocasión disfrutamos de un menú seleccionado por la empresa para varios compañeros de prensa. 

Para comenzar unas deliciosas, frescas y jugosas “Chuletas” de tomates rosas con burrata y jugo de lechuga. Llegó a la mesa en segundo lugar, debería haber sido posterior al tercer plato, una Picaña madurada 120 días en la casa con escamas de sal y AOVE, a la salinidad de una carne ya de por sí muy potente debido a tan excesiva maduración, se unen las escamas de sal, un plato para mi gusto excesivamente salado, aunque bueno para paladares que gusten de sensaciones fuertes. Sin embargo me encantó el siguiente, un muy sabroso Carpaccio de cigalas aliñado con salmorejo y tapenade de aceitunas negras. Estos entrantes se acompañaron de un Barredero blanco del Condado de Huelva, que no estaba a la altura de las circunstancias.

Para entrar en fuego, nunca mejor dicho, Flor de alcachofa a la brasa, aceite de arbequina y sal en escamas, más sal al tema, aunque la alcachofa estaba buena. Con el tinto la cuestión bodeguera no mejoró sustancialmente, un Márquez y Bengoa Crianza de Rioja, correcto sin más. Lo que sí mejoró y de qué manera fue lo que llegó en los platos. Primero unas exquisitas Mollejas de ternera a la parrilla, acompañadas por un limón para aderezar que también había pasado fugazmente por la brasa, muy gustosas y con un tacto en boca excelente. 


El plato fuerte del menú fue un combo en bandeja de Entraña de Angus, de la reputada casa de carnes, Miguel Vergara y Ribeye de vaca vieja madurada 45 días, ambas en su punto y con potente sabor. Se acompañaban con un plato de berenjenas chinas, que no aportaban nada, y con otro de unos magníficos boniatos asados, que estos sí fueron una guarnición espectacular.


Para endulzar el final, dos postres. Una atractiva tarta de chocolate que estaba buena, pero a la que sacó ventaja una seductora tarta de pistachos. 

Malandro abre todos los días del año sin excepción y mantiene la cocina abierta toda la jornada. Los viernes y los sábados, de 5 a 7 de la tarde, te puedes ambientar con copas y música.

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