Cuando se recogieron las uvas para hacer este
Remelluri Reserva 2001 yo estaba
montando mi primer negocio en torno al mundo del vino, las Torres Gemelas
cayeron y el nuevo siglo nos iba a traer muchos cambios. La botella que es
protagonista de este artículo y de la cata que le da pie, llegó a mis manos
gracias a mi buen amigo,
Miguel Ángel
Miranda, que lo está bordando con su
Casa
Ruiz by Miranda en la sevillana plaza Ruiz de Alda.
No las tenía todas conmigo porque hablamos de una etiqueta
de 2001 cuya conservación me era un tanto desconocida, pero ahí está también el
suspense y la emoción de la cata. Para colmo se me ocurrió llevármelo a una
visita a Isla Cristina fruto de la invitación de un buen amigo que tiene en el
marinero pueblo onubense su residencia de verano. No me gustaba la idea de
meterle cien kilómetros largos por carretera a la botella, pero encontré en
casa un embalaje adecuado y lo llevamos con mimo.
Tengo que agradecer a la familia de
Casa Rufino de Isla Cristina la amabilidad y las facilidades que
nos dieron para probarlo en su magnífico restaurante, donde por cierto comimos
de lujo, luego lo cuento. Al sacar la botella de su mullido transporte unas
gotas escapadas por el gollete dieron la voz de alarma, no había pasado tal en
los meses que estuvo en la vinoteca de casa. Con miedo y precaución se quitó el
corcho y se filtró y decantó el vino con sumo cuidado, pues el corcho si estaba
muy reblandecido y no contábamos con sacacorchos de láminas laterales. El
trabajo del equipo de Casa Rufino fue impecable.

A partir de ahí todo nuestra mesa se convirtió en un espectáculo.
El vino, que al principio daba notas en la nariz de cierta evolución oxidativa,
se fue viniendo arriba y acabó en una apoteosis de elegancia, suavidad
aterciopelada, recuerdos de fruta muy madura envueltas en un cremoso y muy
elegante roble, todo ello equilibrado y con un enorme y gratificante postgusto.
Una delicia que nos demostró la grandeza que puede tener un rioja de buena cuna
y gran elaboración.
Todo ello disfrutándolo en un comedor bien vestido y bien
servido. A nuestra mesa fueron llegando platos donde ninguno bajó del nivel
superlativo, eso sí, la nota bajó un poco en los postres. En la casa trabajan
el atún de categoría, como nos anticipó un plato espectacular:
Tomate rosa relleno de tartar de atún. Acompañándolo
en la sinfonía de entrantes, un
Foie de
rape gustoso y de intenso sabor con un panecillo sobre el que reposaba con
una deliciosa crema de vinagreta. Y unas antológicas
Croquetas melosas de corvina de sutil bechamel en su punto, ni
líquidas ni pegote para pegar ladrillos, de fino sabor a pescado. La apoteosis
fue una tabla, compuesta expresamente por el chef para la ocasión, con
Tarantelo a la plancha,
ventresca y morrillo de atún, donde
experimentamos una escalada de sabor, un in crescendo en el paladar, lo que
diga es poco. Como la botella de Remelluri obviamente no nos dio para todo el
festín, optamos por no salir de la
Rioja
Alavesa con un siempre muy agradable
Baigorri
Crianza, además 2020, un plus.
Un almuerzo y una cata de vino que sin duda quedan en mi
archivo gustativo entre lo mejor de los últimos tiempos. Si a ello le agregamos
la compañía de buenos amigos y la proximidad del mar, maridaje impecable, lo mismo que el del vino y la comida, por si alguno se lo pregunta.
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