Adiós a Fernando Sánchez Dragó

Leo con cierta consternación, los prontuarios que están apareciendo en redes sobre la muerte recientísima de Fernando Sánchez Dragó y, puta casualidad, estando tan cercano su protagonismo en la moción de censura de VOX al Gobierno, donde parece que su protagonismo en la designación como candidato de Ramón Tamames ha sido indudable. Sería irónico que tan fértil y prolongada carrera literaria quedara al final en esto.

Supongo que lo de Tamames al final, con el reposo  de la noticia de la muerte del escritor, quedará en anécdota, una más en la curiosa vida de un personaje que, con sus luces y sus sombras, ha sido uno de los protagonistas del mundo cultural español de entre siglos.

A Fernando, permítanme la confianza, lo traté en varias ocasiones, no éramos amigos, aunque me aventuro a decir que sí cordiales conocidos. Lo entrevisté, ya nos conocíamos de antes, cuando vino a Sevilla a dar el pregón taurino de la Feria en 2015. Me recibió en su habitación del hotel Alfonso XIII, con su, por entonces secretaria/asistente/amante, Anna Grau. También le acompañé en un par de presentaciones que hizo en la sala La Revuelta y coincidimos en Madrid en la presentación de una revista de pensamiento y cultura. 

En el trato lo encontré un tipo súper educado y amable, sin perder de vista su ego, justificado supongo. También su afición a tirar la caña a toda mujer que transitaba por su espacio vital. Como escritor me pareció interesante en algunos de sus ensayos, como su monumental “Gárgoris y Habidis”, o en un libro muy curioso, que resume su filosofía de la vida, cual es “El sendero de la mano izquierda”. No me atrae tanto como novelista, donde para mí su obra más lograda quizás sea la que dedicó a su padre, “Muertes paralelas”.

No cabe duda, al menos para mí, que, con permiso de las entrevistas realizadas por Joaquín Soler Serrano, en el espacio de TVE, A Fondo, Dragó ha realizado los programas literarios más interesantes de la historia de la televisión.

Cosechó legión de rendidos seguidores, pero también furibundos odiadores. Su orientalismo, su estilo de vida, su aproximación a las heterodoxias, su peculiar vida sexual y otras, digamos extravagancias, han sido siempre pautas llamativas de un devenir en 86 años de vida que han acabado, in ictu oculi, en esta calurosa primavera. Imagino que reposará, como era su deseo, otra muestra más de apego a ciertas tradiciones ancestrales, en su ataúd abierto, tres días, antes de ser enterrado.

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