Ripley, la exquisita belleza de lo minoritario

No nos engañemos, dado el panorama actual del personal, la versión televisiva estrenada por Netflix este 2024 sobre la novela de Patricia Highsmith, ‘El talento de Mr. Ripley’, es para una selecta minoría que aún maneja ciertas claves culturales, el conocimiento de la obra de la escritora estadounidense, la base enriquecedora en el cine clásico y, sí, cierta capacidad estética lejos del hortera medio ambiente.

Ripley, mini serie de ocho capítulos, dicho lo dicho, puede gustar más o menos, pero los paladares educados creo que estarán de acuerdo en que el ejercicio personal del director, Steven Zaillian, es original y de unos recursos narrativos sobresalientes. Arte, visión subjetiva y creativa de algo que no tiene por qué gustar a muchos.

Parecería una obviedad la frase antes escrita sobre el conocimiento previo de la trama de la novela de Highsmith, pero no crean que exagero, he llegado a leer en ciertos foros, ojo, dedicados al cine, que “la serie mejoraría con un final en plan más feliz” (sic), o cosas como “para ver una película en blanco y negro veo una de los años cuarenta” (sic), así están las cabezas. Otros comentarios, significativos del “fracaso” de espectadores de la serie en Netflix, son del sesgo de “lenta”, “aburrida” y otras lindezas de un público criado en los colorines, las persecuciones de coches y las ensaladas de tiros. 

Zanjemos la cuestión estética. Zaillian nos retrata una Italia sesentera en blanco y negro, pero entre el blanco y el negro hay una infinidad de matices grises, cuya fotografía nos muestra texturas, luces, sombras, evoca colores potentes (como la paradoja de la llamativa sangre roja que no se ve de su color), perfiles, los claroscuros, en sintonía con la metáfora de la admiración del asesino por Caravaggio. Claros y oscuros, luces y sombras que articulan pasadizos, soportales, escaleras, palacios y estancias cutres. Un contraste con la muy luminosa y colorista película del 99 de Anthony Minghella, ensalzada por algunos en detrimento de la serie.

La película de Minghella es más hollywoodiense, por el color, por su tono más edulcorado y, algo muy importante, por los actores, estrellas muy glamurosas. El reparto de la serie es más eficaz, aun teniendo en cuenta el inmenso trabajo, como es habitual, de Matt Damon en la película. El Ripley de Andrew Scott transmite más sensación de tipo frío sin un ápice de empatía social. Y luego, en la serie, la encantadora Dakota Fanning, mucho más natural que la belleza kellyniana de la Paltrow. Quizás el mayor parecido está en el personaje de Dickie, entre aquel Jude Law aún con pelo y el magnífico, Johnny Flynn. Y el mayor contraste está entre el ambiguo efebo, Eliot Sumner en el papel de Freddie Miles, frente a la sudorosa gran humanidad de Philip Seymour Hoffman, éste imbatible en el papel. Dentro del reparto de la mini serie Ripley, destacaría un buen plantel de secundarios, entre ellos el exquisito inspector Ravini interpretado por Maurizio Lombardi y la eficaz, Margherita Buy como la señora Buffi, entre otros.

Ripley, en definitiva, es una anomalía agradable en el mar de mediocridad zafia de las televisiones de hoy en día. Una visión de una historia con la mirada subjetiva de un creador de imágenes.

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