Un gilipollas llamado, Jean-Luc Godard

Se puede ver ahora en la plataforma televisiva FILMIN, la película de 2017 del director francés, Michel Hazanavicius, ‘La redoutable’, título traducido al español con un benevolente ‘Mal genio’. El nombre original, en español ‘El formidable’ se me antoja ya la primera ironía de la película ¿Se ríe Hazanavicius de uno de los principales creadores de aquel movimiento cinematográfico conocido como ‘nouvelle vague’? Sinceramente, yo creo que sí.

Michel Hazanavicius (París, 1967) es conocido como director ganador del Oscar y la Palma de Oro de Cannes, por su ‘The actor’, original película filmada a la manera del cine mudo de los albores del siglo XX. En ‘Mal genio’ recrea un pasaje de la vida de Jean-Luc Godard centrado en su relación con la joven actriz (era una menor cuando se enamoró de ella) Anne Wiazemsky (Stacy Martin) en el entorno de la revuelta parisina de Mayo del 68.

La imagen de Jean-Luc Godard que retrata Hazanavicius es la de un verdadero capullo, machista y antipático que, superada su época de las primeras y más famosas de sus películas, se hunde en las necedades de los pijos parisinos que juegan a revolucionarios, tras el fracaso de su última película, ‘La chinoise’ (1967). Es fácil hacer el paralelismo de aquellos burguesitos universitarios metidos a progres, con muchos de los madrileños canalizados por el 15-M hacia un partido como Podemos, ese heterogéneo partido español, cóctel de todos los lugares comunes de la actual izquierda radical. 

Godard en Mayo del 68

Godard es un franco-suizo (su origen nacional ya suena a moneda) proveniente de familia de banqueros helvéticos. El director de ‘Mal genio’ nos retrata, incluso con un humor (como las reiteradas y simbólicas, entiendo yo, rotura de sus gafas) el maoísmo de un tipo que no encaja en su ambiente, pero que tampoco encaja en el mundo universitario, más joven y más directo que él. Un burgués, al fin y al cabo que juega a revolucionario comunista desde sus fiestas en pisos de lujo con sus amigos tan snobs como él.

Si algo nos demuestra la historia es que la condición personal no tiene por qué coincidir con la grandeza de un autor, me niego a llamarles genios, palabra demasiado manida y usada últimamente para calificar a casi cualquiera, desde cocineros a bailarines, cantantes o estrellas del fútbol, por ejemplo. El despotismo y el machismo de personajes como Picasso o Neruda, son buenos ejemplos de esos creadores tenidos en la más alta estima por su obra al margen de sus miserias morales. Coinciden ambos, con Godard, en esa miopía, por otra parte tan extendida en el mundo cultural occidental desde aquellos diletantes de café como Sartre y Simone de Beauvoir, en su mirada a los países comunistas, su benevolencia con los grandes genocidas del siglo XX, Stalin y Mao Tse-Tung y su simpatía por regímenes totalitarios y antidemocráticos de su época.

M. Hazanavicius
Curiosamente es una visión que ha perdurado en el tiempo. Actualmente todavía hay una importante corriente cultural imperante en el mundo occidental que ve con simpatía a regímenes comunistas como los que someten a los ciudadanos de Corea del Norte, Cuba, Venezuela o muchos países africanos. Siguen siendo legales y entran en los parlamentos europeos, partidos que reivindican el pasado criminal del comunismo, aunque ahora se vistan de verdes, políticas sexuales, pro-islámicos, etc. Es imposible que públicamente alguien pueda opinar a favor de regímenes como el de la Alemania Nacional-Socialista o la Italia Fascista sin ser denigrado y anulado socialmente, pero no pasa nada por seguir militando en las filas de los genocidas comunistas históricos y actuales.

La película nos desnuda la imbecilidad de un Godard deslumbrado por toda la farfolla dialéctica del comunismo a la violeta de la Europa occidental de los sesenta, pero con una envoltura cinematográfica magnífica. Si uno es capaz de soportar al insoportable personaje de Godard reflejado en la película, podrá disfrutar de un gran film, con muy buenas interpretaciones y una notable dirección artística que nos traslada a ese París de Mayo del 68 y a las casas de la alta burguesía progre parisina, además de esa magnífica casa de la Costa Azul, donde los protagonistas, mientras disfrutan del sol y la playa en la propiedad de un empresario gaullista, aguantan las impertinencias de un Godard empeñado en sabotear el Festival de Cine de Cannes.

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