Blancos andaluces y fabulosa cocina fusión en Depikofino

Ya se sabe que muchas veces una cosa es el precio de las cosas y otra el valor real de las mismas. El menú que tuve el placer de disfrutar, desde mi condición de director de la cata, ayer en Depikofino, vale mucho más de lo que pagaron por él los asistentes. Lo voy a decir sin anestesia, un espectáculo de buena cocina y de creatividad sin alardes extravagantes. Me atrevo a decir que su jefe de cocina, Daniel Reche, es de lo mejorcito que tenemos en los fogones sevillanos actualmente. Lo que pasa es que me temo que Depikofino no está en el punto de mira de los “comentaristas gastronómicos” más snobs, esos que lo miden todo con el rasero de la estética Michelin y la novelería a la moda. 

Es verdad que quizás al local le haga falta una vueltecita de interiorismo para dar esa subida de escalón que lo posicionase entre la élite de los restaurantes más reputados de la provincia, pero por cocina y servicio, esa sala comandada por el gran Nuno, es de lo mejorcito que hay, contribuyendo además a la felicidad del cliente unos precios muy comedidos y una bodega bien seleccionada.

Hablando de la cata de ayer, tuve ocasión de repetir con un numeroso grupo de profesionales de la enseñanza que llenan el salón de Depikofino cada cierto tiempo. Consensuado con ellos, elegimos una cata de blancos andaluces, para la que elegimos cuatro uvas muy significativas de nuestra región y características de las comarcas vinícolas de sus procedencias, a saber: Barredero de Bodegas Contreras Ruiz (Rociana del Condado, Huelva) una Zalema del Condado de Huelva que crece en el entorno del Parque Natural de Doñana. Más intenso y con más mineralidad de albarizas, Viña Matalían de Bodegas Primitivo Collantes (Chiclana de la Frontera, Cádiz) una bodega familiar con 150 años de historia que nos ofrece este blanco seco de Palomino Fino

Después otras dos blancas muy andaluzas, más aromáticas, ambas en este caso con dos elaboraciones muy enraizadas en las costumbres vinícolas de las comarcas de su procedencia. En primer lugar Fresquito de Bodegas Pérez Barquero (D. O. Montilla – Moriles) que, siguiendo la tradición montillana, un Pedro Ximénez que permanece durante 9 meses en tinajas de barro bajo velo flor, un vino que te transmite la frescura del agua de cántara. Después, que no el último pues quedaba con el postre la tradicional copita de PX dulce, un blanco de Moscatel de Alejandría, La Raspa de Bodegas Viñedos Verticales, un vino blanco de la Axarquía, con unas frescas notas de naranja dulce y un toque de la escasa uva autóctona Doradilla, que le da al conjunto densidad y un toque salino. 

El menú que armonizó con estos vinos fue un verdadero recital de cocina tradicional reinterpretada, actualizada y conjugada con maestros toques orientales. Los pases se abrieron con un fabuloso Dashi (caldo de pescado muy usado en Japón) de pimientos asados con bacalao escabechado, un perfecto lomo de bacalao con una salsa tremendamente sabrosa. En segundo lugar el Menudo Choco, un choquito a la plancha con una originalísima salsa de menudo tradicional mezclada con la tinta del cefalópodo, otro alarde gustativo. Pero a mi modesto entender, el plato fuerte llegó, con permiso del bacalao, con un sensacional Pappadums (una riquísima torta de pan de origen hindú) de atún rojo con tomate, tremendo guiso que, además, armonizó de lujo con el Fresquito de Pérez Barquero. Otra originalidad, Niguiri de solomillo al whisky, quizás con una salsa en este caso demasiado potente y salada que tapaba un poco el sabor del conjunto. Remate final un postre de pura primavera sevillana, Tocino de “suelo”, Un tocinillo con azahar, naranja y regaliz. 

Espero que algunos de estos platos se queden en la carta de Depikofino, al menos por una temporada, merecen la pena. Enhorabuena a todo el equipo.

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