Presentación de Suite irlandesa (Col. Vandalia, 2023) de Antonio Rivero Taravillo

Oscurecía en el centro de Sevilla en noche tibia de febrero, olor a incienso salía de la parroquia de Santa Catalina, con el aroma de los naranjos del entorno, anunciando vísperas. La tarde devenía en cierta tristeza poética y ocurrió eso que a veces llamamos casualidad.

Entre en la Librería Reguera, cierta pena me dio ver sus estanterías en liquidación. Julio Reguera, ese librero de raza, ha tenido el detalle de poner en sus últimos escaparates mi obra, “La sala japonesa” – De tu última novela no me queda ningún ejemplar – Me dijo - de “La sala…” nos quedan seis o siete - .

Salí ya anochecido y miraba el reloj iluminado del antiguo Palacio de Justicia de Sevilla, una mole neoclásica en una calle tan estrecha, pensando en mi destino inmediato. Mis pasos me llevaban por las calles del centro hacia la Casa de los Pinelo, sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, donde esa noche de 15 de Febrero se presentaba el libro del escritor, Antonio Rivero Taravillo, un poemario titulado “Suite irlandesa”, inspirado en el amor del poeta por la Isla Esmeralda.  

Iba pensando en la coincidencia de dirigirme a la casa donde, precisamente, se ubica esa sala japonesa que da nombre a mi libro de relatos. La gran escalera, el claustro con sus columnas labradas en Génova y sus arcos de yeserías platerescas. Las sombras de la noche sobre su fuente central ¿Estarían por allí los espectros de los antiguos amantes? 

Es curiosa la posición del sillón del autor o invitado en los actos de la Academia, de perfil al público. Allí, como un acusado en el banquillo, Rivero Taravillo se sometió al gentil escrutinio de los presentadores que, flanqueando a la autoridad académica, ocupaban sendas sillas en la mesa principal. En un lado, Ignacio F. Garmendia, del Consejo Asesor de la Colección Vandalia, del otro, mi viejo profesor de facultad, el poeta sevillano, Jacobo Cortines, Director de la misma colección, perteneciente a la Fundación José Manuel Lara. Ambos presentadores elogiaron obra y autor, se extendió más el profesor Cortines, que señaló valores y claves del poemario y leyó algunos textos.

Tomó la palabra Rivero Taravillo que, con ese humor socarrón e inteligente, tan suyo, como el que no quiere la cosa, imaginó una etimología para su segundo apellido, emparentándolo con Tara, la colina dublinesa donde se coronaban los reyes de Irlanda. Este sevillano de Melilla, profesa un amor de décadas por las verdes tierras de Eire, domina el gaélico y traduce con soltura a sus autores. Por eso, escribe sobre lo que ama con riqueza, musicalidad y enorme belleza literaria.

En el aire de la artística sala académica, se evocaron prados de hierba verde y arroyos cristalinos, en cuyos bosques deambulan los viejos mitos celtas, los druidas y las hadas. También el olor a pólvora de antiguas batallas y de otras más tristemente recientes. “Todo se arrima y casi roza/en estos valles que se pierden/en lontananza,/donde todo es remoto/en verdes lejanos que no abarca la vista,/ pero sí el brezo.

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