El loco de la colina

Eran los años ochenta del pasado siglo. Un grupo de compañeros de Facultad nos solíamos reunir para estudiar por la noche. Antes de ponernos a ello, siempre escuchábamos a Jesús Quintero, su programa de radio nos entusiasmaba.

Coincidí con él frecuentemente en Los Navarros, restaurante de Castilleja de la Cuesta donde acudía a comer con su equipo, supongo que desde la cercana emisora de Canal Sur. Yo tenía entonces mi negocio de vinos en el pueblo, en la misma Plaza de Santiago. Pero no creo que llegáramos a cruzarnos ni un pequeño dialogo.

Después, siendo su director mi compañero de colegio, Manolo Chaparro, estuve en Radio América, “El loco” tenía también el bar de la planta baja, hoy del imperio Robles. Aquello era un descontrol, una vía de agua en plena línea de flotación de la caja del negocio.

Pero la vez que más charlamos fue en su despacho del Teatro Quintero, el antiguo cine Pathé de la sevillana calle Cuna. Fuimos a proponerle un proyecto radiofónico, gracias a la intersección de Félix Machuca, que había sido uno de sus guionistas. Aquello no cuajó, tampoco mis socios en la aventura eran los más recomendables, casi siempre he tenido poca vista para los socios.

Con sus luces y sus sombras, Jesús Quintero, “el loco de la colina”, cambió el periodismo en España, no voy a abundar aquí en las notas que decenas de necrológicas recordarán estos días. Sus entrevistas, sus silencios, sus cigarrillos en plató, sus personajes, reales e inventados. Tenía fama de manirroto, de caótico en su mundo maravillosamente imaginativo y libre.

Ahora todos lo recordarán, los medios que le dieron la espalda a última hora incluidos. El erial que es el actual mundo del periodismo no se puede permitir prescindir de ilustrísimos locos como él. La dictadura de lo políticamente correcto debe ser derribada, él, y seguramente tampoco muchos de nosotros, desgraciadamente lo veremos.

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