Han sido días de lluvias intensas en Sevilla. Y ya sabemos
que a los sevillanos el agua que cae del cielo, tan necesaria, nos encoge el ánimo.
Tan necesaria para el campo, para nuestros pantanos, remedio para la sequía para
lo que hasta se sacan santos y vírgenes en rogativa cuando falta demasiado
tiempo. Sin embargo recoge a la gente, la encierra en casa, la antipática lluvia
que desluce la Feria, que frustra la Semana Santa, que siempre moja las casetas
de la Feria del Libro… Y la soledad, habitual por desgracia llueva o no, de las
galerías de arte.

Esa persistente lluvia última no impidió que en el límite
del tiempo, se clausuraba al día siguiente, visitara en la Sala David Puentes, la exposición de pinturas de José María Díaz de los Reyes: ‘Desorden
razonado’. Como es habitual en el artista, un éxito de ventas, claro que José
María es bastante comedido a la hora de tasar su obra. Luz y color en lo que
podríamos llamar un expresionismo abstracto en la calmada línea de un Mark Rothko, quien por cierto rechazaba
esa denominación, o cualquier otra para su obra. Más cercano en el tiempo y el
espacio, Manuel Salinas también está
en la línea creativa de Díaz de los Reyes. Este desarrolla una personalidad
propia donde el color y la luz se adueñan de unas composiciones armoniosas y
evocadoras que, como bien dice Toi del
Junco en la tarjeta de promoción, “… el talento de un creador que nos
ensaña el orden que sólo él ve, y que, mediante unas técnicas que sólo él
posee, nos regala su belleza eterna”. No seré yo quien contradiga a tan fino y
sensible esteta.

La tarde no estaba para paseos pero, en un claro entre nubes
en la noche, me llegué hasta la
Galería
de Arte Haurie para disfrutar de las pinturas de
Juan Luque. ‘Nuestra parte de luz’ se llama una exposición que nos
muestra parajes dominados por las figuras enhiestas, verticales, de los
solitarios faros en las costas. Focos de luz que desafían las inclemencias del
mar, los vaivenes más o menos violentos de olas y mareas. Luque compone marinas,
a veces con una porción de arena de la playa o por un entarimado de madera o un
simple peñón de roca batido por la espuma del mar, siempre pasarela hacia la
torre de piedra o ladrillo, que centra la composición del cuadro. El misterio y
la imaginación se pueden disparar contemplando estos faros, donde a veces,
encogido al frío y la humedad, comparece una figura humana, quizás el farero
que camina hacia su lugar de trabajo, siempre bajo cielos plomizos, donde se
adivina un aire húmedo que nos moja la cara. Esta exposición se puede visitar
en Haurie hasta el próximo 28 de Noviembre.
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