Hierve (Philip Barantini, 2021) el restaurante a punto de ebullición

La británica Hierve (2021) es una película donde el director, Philip Barantini, desarrolla la temática de un corto suyo de 2019 titulado precisamente Boiling Point (Punto de ebullición)

Barintini nos muestra el servicio de un restaurante londinense donde, a modo de cazuela al fuego, sumerge todas las cosas que pueden pasar en un negocio de hostelería actual. Quizás parezca excesivo el guion precisamente por eso, pero no crean, lejos de esa imagen de “Pesadilla en la cocina”, lo reflejado no es más que la concentración de un caldo cocinado a fuego lento, donde se nos muestra al final la esencia de la problemática de un negocio tan complicado como es un restaurante.

Todo ello lo hace más intenso la técnica de plano secuencia continuo que emplea el director, sensación que ayuda a esa impresión de semicaos, ritmo vertiginoso y una cierta sensación claustrofóbica, que muestra la historia. Todo se desarrolla entre la sala, la barra, la cocina vista y su trastienda, con un recorrido por las ayudas y desavenencias de la plantilla. 

Entre los ingredientes de esta sopa no faltan algunos de los clichés más característicos de los restaurantes de moda de nuestros días, comenzando por los clientes, donde podemos ver al pater familias prepotente y sabiondillo, que pide el vino por el precio, que no sabe el punto que tiene que tener el plato, sino como le gusta a él (lo cual tampoco es intrínsecamente malo) que llega al menosprecio y al insulto a la camarera (negra, claro). También están la parejita cursilona, uno de ellos con una alergia, por supuesto. El grupo de chicas no tan chicas, en plan fiesta desmelenada, con ganas de cachondeo y copas. Los influencers (fallo no meter aquí alguna mujer) con su tontería y el coñazo de fotos y postureo. Para colmo el exsocio del chef, que para joder se lleva a una crítica gastronómica por sorpresa.

Noche prenavideña, mesas a tope y, para colmo, una inspección de Sanidad por sorpresa que acaba de encender la mecha de lo que será una noche explosiva. Stephen Graham da muy bien el papel de chef, lo hace realmente bien. Junto a él, todo el panorama de tipos que podemos encontrar en eso, tan difícil, que es configurar una plantilla de hostelería. Los camareros de barra que pasan de todo y van a los suyo. Los de mesa, el gay simpático y divertido y las chicas jóvenes, voluntariosas, que tienen que lidiar por un lado con los clientes y por otro, con el complejo de superioridad de la cocina, encima soportando la gilipollez de una maître puesta en el cargo por su padre, uno de los dueños. En la cocina, el ayudante pasota, experto en escaquearse, drogadicto; el buena gente siempre presto a ayudar, los segundos de cocina siempre pensando que son mejores que el chef, que no hace nada y ellos son los que salvan el servicio.

La película pone sobre la mesa cuestiones que están ahí desde hace tiempo, pero de las que no se suele hablar en el mundillo: el alcoholismo y las drogas. A veces, la única manera que encuentran algunos de lidiar con unos horarios demoledores, un estrés permanente y, todo ello, contribuyendo a los problemas con la familia, que no te ve el pelo por casa a horas decentes nunca.

La olla entra en ebullición y su ingrediente protagonista, el chef, acaba petando, perdido y agobiado por el ambiente, un final abierto nos deja el mismo desconcierto que nos va provocando la visión de este interesantísimo film desde el principio, desde el punto de vista cinematográfico y desde el gastronómico.

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