Wineloverismo, la nueva parida

Sus majestades los Reyes Magos se han comportado y me han dejado bajo el árbol algunas cosillas que deseaba, entre ellas un libro, entretenido hay que decirlo, que se titula “Deja todo o deja el vino” (Muddy Waters Books, 2022) de Santiago Rivas.

A ver, todo libro que suponga una novedad, algo interesante que aportar o, incluso, solamente, como es el caso, una visión subjetiva pero cachonda y con cierto fundamento del mundo del vino, me interesa. Dicho lo cual, me gustaría hacer unas observaciones al respecto de dicho libro.

El mundo del vino, en el cual llevo como profesional casi 25 años, no es ajeno, más bien todo lo contrario y a pesar de ciertos valores inmutables, a las modas más o menos pasajeras. Conscientes del auge de las redes sociales, donde últimamente destaca Instagram, los amantes del vino en general desarrollan en ese terreno sus impulsos irrefrenables de comunicarse, mostrar las fotos de las botellas que se pimplan y demás saraos varios donde participan en torno al mundillo vínico.

Dentro de las diversas sectas enológicas, cobra fuerza en los últimos tiempos la que se identifica con el hastag #winelovers, de la que parece que el autor que nos ocupa se ha erigido en uno de sus profetas. Entiendo que “Deja todo o deja el vino”, está escrito en clave irónica y humorística, pero no es graciosillo todo el que lo pretende, sino el que sabe y puede. Santiago Rivas no lo es, aunque me parece que él se cree tremendamente ingenioso. De entrada no está exento de cierta vanidad el que cree que es tan importante en un sector, si es que no está aclamadamente reconocido, como para escribir un libro sobre cualquier tema. Y se nota que no solo el autor, sino incluso los editores, que no se privan de hacer ellos mismos un prólogo laudatorio (cosa bastante inusual en el mundo editorial) están encantados de conocerse.

A ver, como digo el libro tiene su interés, el pavo se ve que sabe de vinos, con sus filias y sus fobias personales, y no lo comunica del todo mal, aunque flaquea en prosa, hay frases en el texto que son cargas de profundidad a la lingüística. Pero bueno, dado el ambiente reinante nos podemos dar con un canto en los dientes. 

Dicho lo cual hay cosas que tocan las narices, que es lo que pretende el hombre al fin y al cabo, no son graciosas, he de decir que no me ha hecho esbozar ni una mueca de sonrisa en ninguna de sus 285 páginas. El pavo no cumple ya los 40, pero tiene cierta fijación con las personas mayores, “pollaviejas” en su argot de secta winelovera. Pero meterse con generaciones anteriores del palo que va tu afición/profesión no es nuevo, aquí ya está todo inventado, acordémonos de cuando Lorca, Dalí y Buñuel empleaban el calificativo “putrefacto” para tildar de anacrónico y pasado de moda a ciertos estilos artísticos y literarios. Puede haber “pollaviejas” de 60 y también de 20 años, rancios totales.

Ya me tira para atrás un señor madrileño que dice que es del Barça, que larga pestes del marisco y de las legumbres y que defiende las mesas altas en los bares de vinos (las odio en cualquier tipo de bar). Otra de sus fijaciones es el facherio, porque el menda no se priva de subirse al carro de todo lo que huela a políticamente correcto, por cierto, es raro que el BOE (el periódico El País) le haya dado puerta a sus videos sobre vinos. En cuanto a esto último, a raíz de la lectura del libro he buscado sus videos de InstacataTV y reconozco que ya la voz aflautada del personaje me echa para atrás, pero ese afán de épater le bourgeois e ir de enfant terrible parece demasiado forzado.

Echo de menos, en sus clasificaciones de caracteres entre la fauna vínica, que hable más de sumilleres y hosteleros, vale. Sí se despacha a gusto con aficionados y bodegueros. Se le olvida caracterizar precisamente el grupo al que él pertenece, el piji-progre con pasta que va de snob. Parece que está todo el día y todos los días, bebiendo barolos y borgoñas. El tipo no para de citar a lo largo del libro cuatro bodegas, por supuesto, muy fashions y minoritarias y, naturalmente, solo para verdaderos connoisseurs. Dirán ustedes que por qué empleo tanto palabro francés, bueno, es una broma privada al autor, el mete constantemente en el texto palabritas en inglés. Y eso que critica la prosa, yo también que conste, de revistas como Telva, se le ha olvidado por cierto, meter en el saco a Elle Gourmet.

Hay cosas curiosas, en esa fijación con lo facha y lo “preconstitucional”, no tiene reparos en argumentar que el auge en los años 90 de Ribera de Duero “es culpa” de Aznar (el toro que mató a Manolete), en ese plan yo diría que más “culpa” de eso tiene Julio Iglesias, pero en fin.

En resumen, Santiago Rivas se erige en sumo sacerdote del culto #winelover, donde, según este pontifex maximus, hay regiones vinícolas y bodegas que son las imprescindiblemente de moda y de culto. Mejor caro que barato, of course, y mucho francés, mucho. Si tengo el privilegio de que el señor Rivas lea esto, espero que me entienda y se lo tome con el buen rollo que él le llama “hijo de puta” a algunos. En una cosa si le doy la razón, la gente es tan novelera y tiene tan poca personalidad en general que seguro algunos dogmas del culto #winelover acabaran generalizándose. Yo también te perdono, Santi.

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