Wineloverismo, la nueva parida
A ver, todo libro que suponga una novedad, algo interesante
que aportar o, incluso, solamente, como es el caso, una visión subjetiva pero
cachonda y con cierto fundamento del mundo del vino, me interesa. Dicho lo
cual, me gustaría hacer unas observaciones al respecto de dicho libro.
El mundo del vino, en el cual llevo como profesional casi 25
años, no es ajeno, más bien todo lo contrario y a pesar de ciertos valores
inmutables, a las modas más o menos pasajeras. Conscientes del auge de las
redes sociales, donde últimamente destaca Instagram,
los amantes del vino en general desarrollan en ese terreno sus impulsos
irrefrenables de comunicarse, mostrar las fotos de las botellas que se pimplan
y demás saraos varios donde participan en torno al mundillo vínico.
Dentro de las diversas sectas enológicas, cobra fuerza en
los últimos tiempos la que se identifica con el hastag #winelovers, de la que parece que el autor que nos ocupa se ha
erigido en uno de sus profetas. Entiendo que “Deja todo o deja el vino”, está escrito en clave irónica y humorística,
pero no es graciosillo todo el que lo pretende, sino el que sabe y puede. Santiago
Rivas no lo es, aunque me parece que él se cree tremendamente ingenioso. De
entrada no está exento de cierta vanidad el que cree que es tan importante en
un sector, si es que no está aclamadamente reconocido, como para escribir un
libro sobre cualquier tema. Y se nota que no solo el autor, sino incluso los
editores, que no se privan de hacer ellos mismos un prólogo laudatorio (cosa
bastante inusual en el mundo editorial) están encantados de conocerse.
A ver, como digo el libro tiene su interés, el pavo se ve que sabe de vinos, con sus filias y sus fobias personales, y no lo comunica del todo mal, aunque flaquea en prosa, hay frases en el texto que son cargas de profundidad a la lingüística. Pero bueno, dado el ambiente reinante nos podemos dar con un canto en los dientes.
Dicho lo cual hay cosas que tocan las narices, que es lo que
pretende el hombre al fin y al cabo, no son graciosas, he de decir que no me ha
hecho esbozar ni una mueca de sonrisa en ninguna de sus 285 páginas. El pavo no
cumple ya los 40, pero tiene cierta fijación con las personas mayores, “pollaviejas”
en su argot de secta winelovera. Pero meterse con generaciones anteriores del
palo que va tu afición/profesión no es nuevo, aquí ya está todo inventado, acordémonos
de cuando Lorca, Dalí y Buñuel empleaban el calificativo “putrefacto” para
tildar de anacrónico y pasado de moda a ciertos estilos artísticos y
literarios. Puede haber “pollaviejas” de 60 y también de 20 años, rancios
totales.
Ya me tira para atrás un señor madrileño que dice que es del
Barça, que larga pestes del marisco y de las legumbres y que defiende las mesas
altas en los bares de vinos (las odio en cualquier tipo de bar). Otra de sus
fijaciones es el facherio, porque el menda no se priva de subirse al carro de
todo lo que huela a políticamente correcto, por cierto, es raro que el BOE (el periódico
El País) le haya dado puerta a sus videos sobre vinos. En cuanto a esto último,
a raíz de la lectura del libro he buscado sus videos de InstacataTV y reconozco que ya la voz aflautada del personaje me
echa para atrás, pero ese afán de épater
le bourgeois e ir de enfant terrible parece
demasiado forzado.
Echo de menos, en sus clasificaciones de caracteres entre la
fauna vínica, que hable más de sumilleres y hosteleros, vale. Sí se despacha a
gusto con aficionados y bodegueros. Se le olvida caracterizar precisamente el
grupo al que él pertenece, el piji-progre con pasta que va de snob. Parece que
está todo el día y todos los días, bebiendo barolos y borgoñas. El tipo no para
de citar a lo largo del libro cuatro bodegas, por supuesto, muy fashions y
minoritarias y, naturalmente, solo para verdaderos connoisseurs. Dirán ustedes que por qué empleo tanto palabro
francés, bueno, es una broma privada al autor, el mete constantemente en el
texto palabritas en inglés. Y eso que critica la prosa, yo también que conste,
de revistas como Telva, se le ha olvidado por cierto, meter en el saco a Elle
Gourmet.
Hay cosas curiosas, en esa fijación con lo facha y lo “preconstitucional”,
no tiene reparos en argumentar que el auge en los años 90 de Ribera de Duero “es
culpa” de Aznar (el toro que mató a Manolete), en ese plan yo diría que más “culpa”
de eso tiene Julio Iglesias, pero en fin.
En resumen, Santiago Rivas se erige en sumo sacerdote del
culto #winelover, donde, según este pontifex
maximus, hay regiones vinícolas y bodegas que son las imprescindiblemente
de moda y de culto. Mejor caro que barato, of
course, y mucho francés, mucho. Si tengo el privilegio de que el señor
Rivas lea esto, espero que me entienda y se lo tome con el buen rollo que él le
llama “hijo de puta” a algunos. En una cosa si le doy la razón, la gente es tan
novelera y tiene tan poca personalidad en general que seguro algunos dogmas del
culto #winelover acabaran generalizándose. Yo también te perdono, Santi.
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