La cabalgata de la (des)ilusión

Baltasar, el deseado
No sé si coincidirán conmigo en que en la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla cada vez se ven menos niños y, en consecuencia, más adultos. Normal si tenemos en cuenta los índices de natalidad y recordamos aquellas cabalgatas de los tiempos del baby boom. Es que llegará un día en que vayan más niños encima de las carrozas que los que hay en la calle mirando. Y esa es una de las cuestiones que me gustaría analizar en un acontecimiento que, además de ser eminentemente infantil, es una seña de identidad cultural, por historia y tradición, en nuestra ciudad.

La primera cuestión, y no tiene porqué ser la más importante, es esa sobrepoblación de las carrozas que ¡ojo a esto! No es solo de niños, sino que cada vez se ven más adultos, gente mayor y muy mayor, mezclados con los menores en las carrozas. Uno de los síntomas del meollo de lo que, para mí, es el mayor problema de la cabalgata sevillana, que sigue siendo organizada, a pesar de la gran implicación del Ayuntamiento local, por una entidad privada, por tanto, esa sobrepoblación de las casetas creo que, lejos de buscar el contentar a cuantos más niños mejor de los muchos que les gustaría salir en ella, es un mero afán recaudatorio. 

¿Y los niños?

Lo del afán recaudatorio se trasluce en otras cuestiones y una de ellas la “elección” de los personajes que encarnan a los tres Magos de Oriente en dicho cortejo. Rara vez ya representados por un famoso, sea torero, futbolista, actor o similar, que tanto tirón han tenido siempre, ahora habitualmente en el papel, empresarios que ponen pasta gansa para disfrutar de esa tarde de gloria personal. Reyes por cierto, que en la Cabalgata cada vez aparecen en sus carrozas, más descolgados del resto, solitarios en la lejanía, separados, sobre todo Baltasar, por esa legión cada vez más numerosa de beduinos (antes pajes), por cierto, todos, antes solo eran los de este rey, con la cara embetunada, desde el primero hasta el último.

La Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla, dada la importancia de la ciudad, se queda un poco corta, por no decir bastante cutre, en cuanto a presentación, diseño de las carrozas (horribles algunas) y demás, en un nivel de pobreza de estilo manifiesta, además de notarse un empobrecimiento también del acompañamiento musical. Por otra parte, y hay voces en redes que lo han señalado, es difícil de entender en un evento ejemplarizante para los niños y dada la agenda actual de los políticos, que las carrozas vayan tiradas por potentes y contaminantes todo terrenos, aunque ni mucho menos abogo por la vuelta de esos tractores de ruedas descomunales que, muy lamentablemente, han protagonizado un trágico suceso en una de las cabalgatas de la provincia este año.

No hay para tanto betún
Es cierto que desde su primera salida, en un lejano 1918, la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla, está organizada por el Ateneo de Sevilla, institución, por otra parte, que lejos de sus inquietudes culturales de antaño, como aquella “presentación” en su sede de la Generación del 27, en aquel homenaje a Góngora, mantiene un bajo perfil cultural en la ciudad, protagonizado principalmente precisamente por la Cabalgata, y también por un premio de novela en manos de una editorial que hace y deshace a su conveniencia. Parece que en el Ateneo rige la máxima lampedusiana de “que todo cambie, para que todo siga igual”, dado el continuismo después de las últimas y recientes elecciones internas.

Cuidado con la cabeza
Volviendo a la Cabalgata en sí, otras dos cuestiones, la primera en directa relación con lo del afán recaudatorio, la cada vez mayor presencia de carrozas (y otros vehículos en medio del cortejo) esponsorizados por empresas privadas. La segunda el tema de los caramelos, que siguen chocando contra las cabezas del público, con productos baratos, malos y duros, a pesar del acuerdo firmado en 2011 con el Ayuntamiento de Sevilla para que sean blandos desde ese año. Caramelos, por cierto, de los que quedan más pegados al suelo de las calles que otra cosa. 

Ahora que tanto se habla de democratizarlo todo, quizás sea hora de “democratizar” la Cabalgata y que el Ayuntamiento, con todos los riesgos de enchufismo y arbitrariedad que esto conllevaría, tome las riendas absolutas de esta fiesta popular para abrir, por sorteo y gratuitamente, la Cabalgata a todos los niños de Sevilla, en vez de atomizarla al día siguiente de esas decenas de cabalgatas de distrito aún más cutres que la original.

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