Las caderas de Elvis
A mí personalmente, el visionado de Elvis me ha servido para recuperar mi, un tanto dormida he de reconocerlo, idolatría por este pionero del moderno rock&roll. El principio de todo lo que vendría después. De como llegué, en mi más tierna pubertad del LP de Grandes Éxitos del Rey a degustar en el Nicolino del Patio de San Laureano en la Puerta Real, la “Fanfarria para un hombre común” de Emerson, Lake & Palmer, visitar “en la corte del rey carmesí” a King Crimsom o alucinar (pónganle el sentido que quieran) con el “Aqualung” de Jethro Tull, es un camino que daría para un grueso volumen de la vida de un joven iniciado en la Sevilla de los setenta (Luego vendría la supuesta revolución de “La Movida” para comercializarlo todo).
La visión de Luhrmann es un tanto oscura, como se lleva
habitualmente en los biopics hollywoodienses
de personajes así, cargando las tintas contra el siniestro Coronel Parker, interpretado
por un magistral (una vez más) Tom Hanks. Llevando la historia desde el circo
hasta el circo, o sea, poniendo las bases del fenómeno Elvis (en el sentido del
éxito y en el de fenómeno de circo) en un espectáculo circense itinerante, para
concluir en esa versión circense y hortera de Elvis en Las Vegas, aunque no
menos brillante musicalmente hablando.
Antes de seguir enrollándome más con mi “yanqui go home”,
resaltar en el plano actoral, el trabajo de un actor de apenas 30 años, Austin
Butler, que lo borda, y miren ustedes que Elvis tiene imitadores, multipliquen
ustedes por cifra astronómica la cantidad de sergios dalmas y ninos bravos que
hay en los karaokes de España y tendrán una cifra aproximada de los frikis de
capita, lentejuelas y pantalones de campana blancos que hay en yanquilandia. Muy
bien el resto del elenco, como se suele escribir en las crónicas castizas, y un
metraje que te tiene que coger descansado, aunque el ritmo es bueno, sobre
todo, cuando la cámara visita el barrio negro de Memphis, guauuuuu.
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