El piano del diablo

El piano ardiendo. Gran bola de fuego. Una mano blanca y otra negra. Dedos en fuga, la mano es más rápida que la vista, un cluster sobre las teclas. Ha muerto Jerry Lee Lewis y desde entonces la fiesta no para en el Más Allá, ha puesto a los ángeles a bailar.

Tú sacudes mis nervios y agitas mi cerebro. El niño de la mata de pelo rubio se iba al gueto cuando papá estaba en sus negocios de tráfico. Blous, Soul, Boogie Woogie,  Rhythm and Blues, Country… agítese todo en coctelera de Rock & Roll y sírvase en tarro de cristal vacío de salsa picante de Louisiana.

Llevas el nombre del General, la bandera de las trece estrellas sobre la cruz de San Andrés, “el emblema impoluto”. Pero el verdadero “The Killer” eras tú, agitándote sobre la banqueta del piano, fuego en la cabellera, dedos voladores sobre las blancas y negras, las teclas.

Eras el último de los 50. Los pioneros. Humo, alcohol, caderas… y música electrizante. Chuck Berry, Little Richard, Buddy Holly, Bill Haley, Fats Domino… y “El Rey”, al que quisieron cambiar por ti cuando se fue a Alemania a cortarse el pelo.

Pero eras demasiado rebelde, te casaste primero, a los 16, con una chica mayor que tú, vaya un “New Orleans Boogie” que te marcaste. Luego, al revés, con Jane Mitcham, embarazada de ti con 13 años, tú 17, y sin divorciarte de la primera, buena carrera. Y la prima Myra Gale Brown, también de 13 años.

El cuarteto del millón de dólares 

El 4 de Diciembre de 1956 el cuarteto histórico en Sun Records. Carl Perkins, Johnny Cash, Elvis Presley y Jerry Lee Lewis, “el cuarteto del millón de dólares”. Quizás, después de unos cuantos paquetes de Lucky Strike (a lo mejor con algo de suerte, tocaba un poco de “hierba” en algún paquete) y unos cuantos vasos de Jack Daniel’s o George Dickel, os fuisteis a tomar un costillar de cerdo a la barbacoa y unas alitas de pollo fritas con, tal vez las últimas latas de cerveza Goldcrest 51.

Te vi actuar en el Prado de San Sebastián. Tu mata de pelo rubio era blanca ya, pero seguías luciendo un magnífico tupe que oscilaba al ritmo de tus hombros tocando el piano. “Agítalo, nena, dije, que lo sacudas”.

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