Las calles de la memoria
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¿Qué le ha parecido? – Preguntó la enfermera
robot mientras pulsaba el botón que me retiraba el casco sobre mi cabeza.
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Excelente – Comenté mientras me incorporaba de
la comodísima tumbona donde había pasado la última hora - ¿Cuánto es el máximo
de tiempo por sesión?
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Tenemos un pax de oferta que le ofrece dos
sesiones semanales con un mínimo de tres meses, de dos horas cada una.
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Dark Imperium, un chico joven nieto de un viejo
amigo, me recomendó la “nueva experiencia inmersiva” que proporcionan en la
empresa HPM (Happy Personal Memory). La máquina que habían patentado te extrae
los recuerdos felices latentes en tu cerebro, aunque ni tu mismo seas consciente
de algunos de ellos.
Opté por el pax de oferta y la semana siguiente llegue a las
19:45, hora tardía de cita en la planta 196 del edificio CR7, levantado en
honor a un exfutbolista que llegó a presidente de la República Federal Ibérica
en 2052. Había sido criogenizado en 2023, después de su participación en el
Mundial de Qatar, el último que iba jugó, sometido a un tratamiento de rejuvenecimiento
celular, el proceso duraba un año completo.
La calle aún no estaba asfaltada, estábamos en mitad de los
sesenta. Entré en el bar Marcelino. Me inundó el olor a vinazo y serrín, a
tierra húmeda de patio recién regado, la parra, el juego del rano, las sillas plegables…
- ¿Qué va a ser? – Una caña me puso junto a una conchita blanca con unas
aceitunas.
Recorrí la calle como si descubriera un nuevo mundo, la
droguería con su olor a detergentes, las tasca de Manolo “El asturiano”, con su
camisa blanca remangada y el mandil negro lleno de lamparones, y ese olor a
guiso que salía de la pequeña cocina donde su mujer, moño alto y vestido negro
por su madre, trasteaba en los fogones.
HPM solo tenía una condición, no se recreaban los familiares
ya fallecidos, sería demasiado arriesgado para clientes demasiado emotivos. Así
que, cuando entré en mi vieja casa no vería ni a mi abuela, ni a mi madre,
tampoco llegaría mi padre a comer a mediodía, dejando sus Seat 1500 en la
puerta, ni mi hermana, con sus trenzas rojas y su cara pecosa.
Esta vez salí de la “experiencia” con una sensación ambivalente.
Encantado de poder pasear por los paisajes de mi vida, ya perdidos. Nostalgia
evocando a aquellos seres queridos que quedaron atrás hace tantos años.
Era ya noche cerrada cuando salí de CR7, me subí el cuello
de mi gabardina climatizada, la gradué a 19 grados. Un tipo me miraba desde la
esquina de la calle. Al pasar a su altura me tendió una tarjeta: “Lucio Madox
Achiever. Tus sueños completos”.
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¿Viene usted de HPM, verdad?
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¿Y usted cómo lo sabe?
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Es mi trabajo, pero no se asuste. Solo quiero
ofrecerle lo que ellos no le dan.
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¿Y es…?
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¿Quiere volver a ver a ciertas personas?
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¿Eso cómo lo consigue usted?
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Sin entrar en detalles, yo era socio de HPM, no
estaba de acuerdo con la política de “memoria parcial” así que me he montado
por mi cuenta.
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Robando la patente.
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Bueno, eso es mucho decir, digamos que me llevé
mi indemnización por salir del proyecto. Lo he desarrollado completo.
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¿Y eso cuanto me va a costar?
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Lo mismo que paga por sesión. No cobro hasta que
el cliente lo ha probado.
Me arriesgué, no tenía nada que perder, a no ser que el tipo
fuese un traficante de órganos, me durmiese durante la sesión y no volviese a
despertarme. Me citó en la misma esquina en tres días, me recogieron en un Tesla
X108. Salimos a uno de los polígonos industriales del extrarradio, el coche
entró en una nave sin rotular.
Interior muy parecido a HPM, un poco más cutre. La enfermera
en este caso era humana, guapa. Me acomodó en una camilla y el casco bajó hasta
los ojos.
En el zaguán de la casa olía a cocido de berzas, se
escuchaba a Marifé en la radio, en la puerta abierta una mujer mayor, pelo
blanco hacia atrás, vestido negro, limpiaba el suelo con una aljofifa arrodillada
sobre un cojín de espuma. Dentro, en el comedor, una niña pelirroja, de unos 6
ó 7 años jugaba con una muñeca Nancy.
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¿Quién es mamá? – Sonó la voz de una señora
gruesa, que salió secándose las manos con el pico de su delantal de florecitas.
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Un señor – dijo mi abuela sin levantarse – no sé
qué quiere.
Las tres se quedaron mirándome, como a la espera.
- Buenos días – Sonó la voz varonil de mi padre detrás de mí. Traje gris, camisa blanca, corbata negra, en la mano la cartera marrón de cuero que le habíamos regalado en su último cumpleaños. Ese día le daría el infarto mientras comíamos el cocido.
Javier Compás
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