Viña Ardanza Reserva 1982 (D. O. C. Rioja) un venerable anciano
En este año de conmemoraciones, me he permitido celebrar yo
también algunas efemérides personales. Se cumplen este año 40, ahí es nada, de
mi licenciatura en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de
Sevilla. Este mismo mes de Septiembre es mi cumpleaños y el 40 aniversario de
mi jura de bandera en aquella “mili” donde me tocó “servir a la patria”. Fue
1982, el año del Mundial de Futbol de España y el año que conocí a la gran
mujer que después fue, es aún afortunadamente, la madre de mis tres maravillosos hijos. Creo que era el
momento de abrir un vino que, desde hace décadas, reposaba en la vinoteca de mi
casa.
Viña Ardanza Reserva 1982 (D. O. C. Rioja) de Bodegas La Rioja Alta, una bodega de las clásicas surgidas en la segunda mitad del siglo XIX, concretamente figura como su año de fundación 1890. Con sede en el entorno del famoso Barrio de la Estación de Haro.
Un vino con 40 años que me disponía a abrir entre la ilusión
y la incertidumbre. Al no apreciarse merma en el líquido y estar la capsula sin
filtraciones, tenía esperanzas de que el vino estuviese aún bebible. Al decapsular
la botella e intentar introducir el gusanillo del sacacorchos en el tapón, este
se deslizó hacia adentro ¡vaya! mal augurio. Lo decanté con cuidado y
esperamos para probarlo una media hora.
En la decantación ya aprecié el tono marronaceo del vino, que
corroboré al echar un poco en la copa. Un tinto de rioja elaborado con
Tempranillo (75%) de la finca de Fuenmayor y el entorno de Haro y Garnacha
(25%) de la Rioja Oriental. Tras permanecer unos cuatro años en barricas de
roble, se embotelló en 1985, afinándose en botellero de bodega al menos otros
dos años.
Capa de color ocre, mermada de brillo y algo opaco, lógicamente en proceso vital de decaimiento. Pero cuando acercamos la nariz a la copa ¡albricias! Un vino todavía vivo con aromas, como yo digo, de sacristía: barnices elegantes, maderas finas, notas de incienso y polvo de tienda de anticuario. En el fondo incluso aparecen sensaciones frutales, lógicamente muy escondidas en unos tostados del roble muy elegantes, cerezas en licor. En boca es suave y envolvente, con incluso buena acidez, un toque amargo de vino ya en decadencia, pero que deja un satisfactorio postgusto, elegante y que nos habla nítidamente de los grandes vinos clásicos de Rioja.
El vino catado, como los buenos viejos amigos, no defrauda. Tras 40
años, ha esperado pacientemente a que una mano amiga lo abra, para hacernos
disfrutar del resultado de unas uvas que llegaron a la bodega cuando apenas
salíamos de la adolescencia. Ahora, venerable anciano, nosotros ya también peinamos canas, respetamos su historia y
le agradecemos los buenos momentos de placer que nos ha proporcionado, acompañándonos
en nuestra amigable tertulia.
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