Viñadores. Hijos de la tierra y el vino. Libro de Alejandro Muchada

¿Por qué un arquitecto, doctor en lo suyo, se cambia al mundo del vino? Porque el vino seduce. Su forma de vida y el camino desde que te deslumbra hasta que te vas adentrando en él, enamora. Alejandro Muchada recorrió Europa de joven con su mochila a la espalda y en Francia se quedó prendado de los pequeños viñadores, vigerons, como David Léclapart, quien ahora lleva con él el proyecto que ambos pilotan en Sanlúcar de Barrameda, extrayendo de la uva Palomino sus esencias más de la tierra, esas tierras albarizas de Miraflores Baja, de donde provienen las uvas de sus vinos blancos.

Muchada presentó la noche del miércoles 13 su libro: ‘Viñadores. Hijos de la tierra y del vino’ (Abalon Books, 2024) de la mano de su distribuidor en Sevilla, Delatierra, y en la planta alta, “la parra” como le llama Ana Linares, de la vinoteca Lama la uva, a quien felicito por los ocho años que cumple ese coqueto rincón de la Encarnación donde el vino es religión. Alrededor del autor, un puñado de gente del vino, y algunos arquitectos, que escuchamos copa en mano las entusiastas palabras de Muchada sobre todo el proceso en el que se tiró de cabeza para crear vinos naturales en la tierra de sus ancestros, Cádiz.

Y de cuestiones ancestrales se habló, de esa conexión con la tierra de los viejos viñadores, a los que “hay que escuchar atentamente”, de los ciclos vitales de los suelos, de la vegetación que convive en el viñedo, del cielo y los ciclos lunares… viaje al pasado para recuperar el presente. 

Un libro muy bien editado, hecho con el mismo cariño que Muchada y Léclapart ponen en la elaboración de sus vinos. Ilustrado con las acuarelas impresas de Ismael Pinteño y unos textos que, contándonos mucho, son claros y asequibles para cualquiera que quiera acercarse a este mundo natural y maravilloso del vino.

En las copas primero Univers 2022, sorprendentemente fresco y frutal para un blanco elaborado hace un par de años, y lo que le queda. Amarillo pajizo, en su suave turbiedad se aprecia el tratamiento mínimo al vino en cuanto a filtración. En nariz el espíritu de la flor, esas levaduras de la Palomino Fino que nos hablan del alma de la uva y su producto, el vino. Hay frutas, incluso un recuerdo de sidra de manzanas que nos transmite su fresca frutosidad. En boca un toque amargo, de la tierra, abriéndose a notas florales perfumadas. La primera añada de estos vinos fue en 2016.

Después catamos en botella magnum un maravilloso Lumière 2021. Un gran vino blanco que multiplica las sensaciones florales y frutales del primero, con el añadido de unas elegantísimas notas de su fermentación en roble y permanencia en barricas con sus lías durante 12 meses. Palomino de la mejor parcela, La Platera. Sopesamos en la mano una pequeña roca de esa tosca albariza que le da la personalidad al viñedo. Oro brillante en la copa. Fragante y fresca nariz de notas florales y frutales. Cremosidad en boca, con sutiles notas panaderas y tostadas de las lías y la barrica, con un atisbo mineral que redondea uno de los mejores blancos que he probado en los últimos meses.

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