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El Cangrejero |
El culto ibérico a la
flava
mater tiene dos focos fundamentales bajo dos advocaciones que, como
Esperanza y Macarena, mantienen una sana rivalidad entre sus fieles seguidores.
Madrid con su Mahou y
Sevilla con la Cruzcampo, son los
centros de estos cultos paganos a la dorada religión. La sevillana es alegre,
fresca, de tirada rápida, color brillante y claro, chispeante en su cuerpo cuya
corona es etérea, liviana y un tanto huidiza. La madrileña es señora de más
cuerpo, con menos burbujas en su sangre, coronada por una espesa capa de espuma
que, como manto real de armiño, forma una espesa corona cremosa, casi como la
de un capuchino. Feligreses de una y otra entran en sana, y a veces tirándose puyas,
sarcástica competencia.
En justa devolución de visita a un par de amigos devotos del
culto Mahou, aproveché una reciente corta estancia por motivos profesionales en
Madrid, para reservarme unas horas en buena camaradería y dejarme llevar por templos
mahouistas a los que yo era ajeno hasta el feliz día de autos. No mucho tiempo
atrás, yo les había conducido por una muy especial ruta a través de calles y
plazas de un antiguo y muy sevillano barrio y de sus tabernas más emblemáticas,
para ir probando ese triángulo mágico formado por una caña o tanque de Cruzcampo
(por favor, desterremos la odiosa “cortaíta”), un buen platillo de altramuces
de Paradas y cualquier tapa de pizarra antigua (se tuvieron que postrar de
hinojos ante las tajadas de bacalao frito de Bodega Mateo Ruiz).
Uno tiene sus bares icónicos de la capital del Reino desde
hace años, algunos de ellos aparecen en mi novela ‘La playa de los alemanes’,
cuando el protagonista pasa por allí de camino a las tierras burgalesas de sus
ancestros. Pero siempre hay alguna capilla nueva a la que peregrinar. Y quiero
destacar al menos un par de ellas que ofrecen una cerveza de estilo canónico, cumpliendo
el rito y la forma esculpida en los grifos de Mahou a través de los años, la
madrileña que se fundó nada menos que en 1890.
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Don Ángel Peinado de El Cangrejero |
Y como si de la Meca se tratase, el grifo que es la Kaaba de
la Mahou en Madrid se encuentra precisamente en un pequeño local ubicado en los
terrenos que ocupaba la fábrica fundacional de la cervecera, muy cercana al
impresionante antiguo cuartel del Conde Duque, hoy centro cultural. Se llama El Cangrejero y sale citado como basílica
fundamental del culto, en la misma página web de Mahou. Allí oficia el sumo
sacerdote del culto. Ángel Peinado,
su cabello blanco escrupulosamente peinado hacia atrás hace honor al apellido,
oficia en la barra de El Cangrejero,
bar a la antigua usanza: entrelargo, buena barra, pocas mesas, pizarras con los
condumios escritos con impecable caligrafía y grifos majestuosos de pulido
metal. Don Ángel, que ya ha superado los setenta tacos y está como una rosa,
luce su impoluta chaqueta blanca y te ofrece un recital de como servir una
Mahou, sin prisas, con los tiempos medidos y los pasos precisos, a El Cangrejero se va a disfrutar del misterio
de la caña perfecta y no a agobiar con prisas. De acompañamiento laterío fino y
mariscos, una armonía gloriosa. El sumo sacerdote heredó el cargo por vía
paterna y, por desmentir leyendas, el día que paré allí el hombre estuvo
cordial y sonriente, un señor de la barra.
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Taberna del Limón |
Nos hubiéramos quedado todo el día allí, otra vez será, pero
como de lo que se trataba era de hacer un peregrinaje a modo de camino de
Santiago atravesando desde Chamberí hasta Argüelles, o lo que se terciara,
recalamos después en la cercana
Taberna
del Limón, otro bar familiar, este de fundación ochentera y también sobre
terrenos lindantes a la antigua fábrica. Las cañas se tiran en esta casa
también con magnífica mano. Para acompañar hay chacinas, quesos y conservas.
Loor y gloria a los descendientes de ‘
Hijos
de Casimiro Mahou, fábrica de hielos y cerveza’.
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