Los vinos de Trebujena de “El Piraña”
El otro día, gracias a mi amigo, José Berasaluce, que desde Cádiz está haciendo un gran trabajo en el mundo de la gastronomía, y a la invitación de Juan Francisco Pulido Cabral, se escribe así y se pronuncia “El Piraña”, visité por primera vez el patio trasero del pueblo. Un paraíso de suaves lomas llenas de viñedos en albarizas, que bajan suavemente hasta el ancho Guadalquivir, donde, a poco que te descuides, ves navegar por sus meandros algún barco mercante camino del puerto de Sevilla o, al contrario, cerca ya de salir al Atlántico por Bonanza. Fochas, patos, gaviotas, garzas, flamencos… las marismas, al fondo el Coto de Doñana, a la izquierda las primeras construcciones de Sanlúcar de Barrameda y a la derecha, a lo lejos, se ve Isla Mayor y, de noche, dicen los lugareños que, desde debajo de cierto ciruelo, hasta se ven las luces de la Torre Pelli, que hasta aquí proyecta su contaminación visual.
Hablando de contaminaciones, anduvimos el terreno donde a Spielberg se le ocurrió montar el campo
de concentración japonés del Imperio del Sol, más o menos por el
mismo sitio donde la especulación inmobiliaria lleva años intentando poner allí
casitas, campos de golf y otras aberraciones por el estilo. Dios y la Madre
Naturaleza no lo permitan.
Estamos en el Pago La
Alcantara, viñedos de Palomino Fino
a los lados de lo que los de allí llaman “la carretera del río”. Y esa es una
de las señas de los vinos que probamos. Juan Pulido valora las uvas de su
terruño y cree firmemente que los vinos criados y embotellados en Trebujena
tienen su sitio, aunque, como él mismo dice: “la legislación dificulta la
elaboración artesana”. Juan se dedica a la viña de manera absoluta desde hace
10 años, aunque ha estado vinculado familiarmente a ella toda la vida,
principalmente a la producción de “mostos”, ese vino blanco joven, casi
inmediato.
Por último un espumoso muy peculiar, Tarbissana Ancestral, compendio en su nombre de la antigua denominación de Trebujena y del método ancestral de elaboración, continuando la primera fermentación en la botella, donde finaliza, y no provocando una segunda con el azúcar añadido. A mí me recordó este espumoso a las cosas que jóvenes viticultores catalanes están haciendo con “vinos naturales” o a algún pequeño elaborador artesanal de Champagne. Un vino fresco, con notas herbáceas y un punto amargo en su final que lo dota de una personalidad propia.
3.000 años de tradición vinícola en la zona, aquí
concretamente, de carácter minifundista, fruto de los incentivos que en 1494,
el Duque de Medina Sidonia, otorgaba a los colonos que quisiesen establecerse
en aquellas tierras, a los cuales se les dotaba de dos aranzadas de tierras, de
las cuales una debería dedicarse a viñedos.
Mientras degustábamos un sabrosísimo albur ahumado hecho por
la mujer de Juan, conversamos con los amigos convocados, entre ellos el
ganadero local, Miguel Núñez, que nos habló de sus “vacas de estero” de las que
probamos una riquísima carne en una receta típica del pueblo, pero hablaremos
de ese ganado en un espero que próximo reportaje. Mientras tanto, disfrutamos
con la compañía, los vinos de “El Piraña”,
un gran arroz con pollo de campo y el aire fresco, el silencio y la belleza de
aquellos parajes.
Rico, rico.
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