Enchufo la clavija de mis auriculares en el ordenador y me
los acoplo a los oídos, en unos segundos me llegan los acordes de inicio del
Libro de Tientos del compositor y
organista de la Colegiata del Salvador sevillano,
Francisco Correa de Arauxo. Barroco,
vanitas, el Río Grande que llevará nuestras almas, igualadas ya,
hasta el mar, desde la ciudad que fue metrópoli de un imperio y cuya alma
fusilan hoy, en una nueva invasión extranjera, las hordas de “guiris”.
“Amo Sevilla porque no me gusta”, la declaración de
principios del artista sevillano, Ricardo
Suárez, haciendo un guiño joseantoniano, es la puerta de entrada a su mundo,
a su visión creativa, irónica, humorística incluso a veces, siempre crítica,
inteligente, intelectual, desde el profundo amor a esa ciudad, con sus dichas y
desdichas.

Suárez nos revela desde estos dos años de trabajo de estudio,
todo un muestrario de lo eterno y lo efímero, del pasado y el presente de esa
amante a veces esquiva y traicionera, pero profundamente clavada en su corazón.
Y lo hace desde la depuración y la síntesis de su trayectoria pictórica
anterior. Desde ese resumen global del Arte tan actual, donde lo abstracto y la
figuración ya no son parcelas separadas, sino que interactúan a veces para
subrayar lo que se grita desde el lienzo. Así los puñales, como puntas de un
arco gótico mudéjar por donde apenas cabe un palio, enmarcan no un paso, sino
todo un río y sus márgenes, con ese puñal, nebuloso y fálico, clavado en la
cabecera de la Cartuja en forma de rascacielos Babel de la vanidad terrena de
los que dirigen el cotarro.

Mientras señores nobles y príncipes de la Iglesia se
agusanan en los sótanos de los pudrideros, la ciudad se vuelve a engalanar cada
primavera, como un renacer continuo, para esa feria de las vanidades que se
vive en la calle, gentío, procesiones, casetas, el coso taurino, ver y ser
visto. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés, 1, 3)
Momentos que prometían modernidad, la Sevilla de Pablo de Olavide, crisis, en cuanto a cambio.
Azulejos de Triana para el nomenclátor de la calles, que la guasa marinera de
un sevillano fino y frío como Ricardo, adapta a un humor inteligente y con
retranca, que a veces recuerda las geniales frases de un Silvio Melgarejo, que no pare la música, la de una banda de
cornetas y tambores o la del rey del rock de Los Remedios.
Sevilla camaleónica, Sevilla calavera (en los dos sentidos),
Sevilla sentada a ver pasar la vida, como un Paco Palacios “El Pali” del revés en su silla, esperando que todo
cambie para que no cambie nada. Y sobre las aguas del color de su cielo, la Pura y Limpia parece flotar como símbolo
de lo más inmaculado, lo más fiel y lo más salvable de esta ciudad que siempre,
como una Venecia de tierra adentro, parece naufragar, pero que seguirá su boga
a través de los siglos, por siempre, amén.
VANIDADES
Fundación Cajasol.
Sala Velázquez.
24 de Octubre al 25
de Noviembre, 2023
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