Hasta luego, Chandler
Matthew Perry ha
muerto. Chandler Bing, su apellido ya
era como un disparo humorístico, ya no jugará al futbolín, salvo en las
reiteradas reposiciones de la serie, con sus amigos, el italoamericano
casanova, Joey Tribbiani, eterno
aspirante a actor, básico y superficial, con un corazón también de oro, como el
de su compañero de piso. Ni con el acomplejado y, para mi, un tanto capullo, Ross Geller, el hermano de Monica
experto en dinosaurios y, al fin y al cabo, protagonista de la serie.
“Friends” ha sido la serie de una generación, heredada por generaciones posteriores y, me atrevo a decir, adoptada por alguna anterior, como la mía, algo más mayor que los protagonistas. Esos chicos que vivían a caballo entre dos pisos, vecinos siempre con las puertas abiertas, en la inhóspita ciudad de Nueva York.
Todos hemos querido tomar un café con ellos en el sofá del Central Perk. En todas las ciudades
creo yo que habría algún bar parecido, para mí en Sevilla era el Red House Café de la calle Amor de
Dios, local que ya no existe como tal, todo fluye, todo va y viene.
¿Qué harías tú si te quedaras atrapado en un cajero
automático con una de tus actrices favoritas o con una modelo famosa?
Seguramente lo mismo que Chandler, hacer el capullo y repasar los fallos al
final. Un personaje poco ligón, con el que los guionistas siempre jugaron al
equivocó gay, aunque al final resultó ser el marido y padre ideal junto a la
mujer de su vida.
Matthew Perry se
ha ido, “¡Oh – Dios – mío!” como diría su ex en la serie, Janice, ese trasunto
americano de nuestra Myriam Díaz Aroca, la nuestra mucho más bella y sin esa
voz de pito, chillona y estresante. Chandler ha dejado cojo el sexteto, ya nada
será igual, se ha ido el tipo que le quitó la novia a Tom Selleck, ahí es nada.
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