Aquilino, tras de ti el otoño

Esa tarde de domingo, de calor e iglesia blanca del Aljarafe, parece que te llevaste el verano contigo. Hoy, tres días después, que es lo que hay que esperar para respetar el tránsito del alma, una brisa fresca en la mañana da la bienvenida a este otoño ya sin tu presencia.

Me dejas algo más huérfano, Aquilino. Siempre que acudimos a ti respondiste. Nunca te dio pereza colaborar en un acto cultural, dar una charla, presentar un libro o, simplemente, y era quizás, si no lo mejor, si lo más entrañable, compartir una cena de amigos. Fueron algunas veces las que, después de alguno de estos eventos, te devolví en mi coche a tu paz de Viña Marina, ese remanso de quietud en un recodo del camino en el campo, cercano a Sevilla, donde te entrevisté por primera vez.

Me impactó, junto al edificio principal de la vivienda, la biblioteca donde nos sentamos a charlar. Donde has estado escribiendo hasta el final. Libros hasta arriba forrando las cuatro paredes, sillones, mesas de trabajo. Fuera, el verde del jardín.

Referente de vida, ese no retiro en el Aljarafe. Y referente intelectual, pues, sin estar cordialmente de acuerdo en muchos de tus presupuestos ideológicos, admiro al hombre independiente, fiel consigo mismo, dispuesto a sacrificar una mejor fortuna, en este mundo de gente acomodada que siempre sigue la corriente.  

Si no recuerdo mal, el primer acto donde coincidimos fue un abril, en un más lejano de lo que parece, 2003, el año de la muerte de mi padre. Aquel día, tú estabas en la mesa y yo entre el público que llenaba el salón de actos de un hotel sevillano. Era día 24.

Después hemos compartido en más de una ocasión la tribuna y, una noche clara y tibia de Mayo, hablamos de literatura bajo la cúpula verde de un árbol, cuando la estulticia y la ignorancia de una triste concejal, nos vetó celebrar un acto cultural en un centro público.

No fue la única vez que el telón de fondo de nuestras charlas fue el verde de las plantas. Fue once años más tarde. En el sevillano parque de María Luisa, hablamos de los hermanos Machado. También en esa ocasión estaba con nosotros en el estrado nuestro amigo, Antonio Rivero.

No voy a recordar aquí tus obras, extensa y fecunda. Ni tus premios, quizás más escasos de los merecidos. Solo quiero recordar al amigo, al hombre de pelo cano, de cejas pobladas, de mente clara hasta el final, de rabiosa sinceridad siempre, ¡ay, como te comprendo! Demasiada para la sociedad que se lleva.

Aquilino Duque, en tu apellido llevas la nobleza de tu espíritu. Guárdame un sitio cercano a ti junto a las estrellas, que nos quedan muchas cosas por hablar.

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