En el primer minuto de la primera clase que nos dio Vicente
Lleó Cañal en una de las viejas aulas en escalera de la Facultad de Historia,
nos dejó mirándonos los unos a los otros con cara de sorpresa, un tanto
estupefactos cuando nos dijo que si queríamos ser buenos profesionales de
Historia del Arte, tendríamos que dominar, además del español, el inglés, el
francés, el italiano, el alemán, principalmente y, naturalmente, latín y griego.
Una figura esbelta y distinguida en sus entonces 35 años, con unas gafas de
intelectual, corbata, chaleco de punto y chaqueta de tweed, el pelo engominado,
un dandi en aquella Universidad de los progres años 80.
Conozco hoy la triste noticia de su muerte, otra más en este
que ya podemos llamar sin duda, y solo estamos a principios de 2021, como
bienio trágico. Aún sin recuperarme de la muerte de mi amigo el pintor Ricardo
Casstillo, escribía el otro día sobre otro pintor que nos ha dejado, Manolo
Salinas. Hoy vuelvo a teclear esta crónica necrológica para recordar a quien
quiso sacar del inverosímil olvido que el Renacimiento sevillano padeció tantos
lustros, aplastado bajo la persistente losa de un Barroco que nunca se acaba.
Lleó escribía en la primera página de su gran obra
Nueva
Roma. Mitología y Humanismo en el Renacimiento sevillano (Diputación
Provincial, 1979): “Nos preguntábamos si era posible que Sevilla, que en el
siglo XVI había pasado de ser, según expresión gráfica de Fr. Tomás de Mercado,
un apéndice de Europa a ser el centro del Mundo, que se había convertido en una
de las ciudades más ricas y populosas del Continente, con numerosas colonias
extranjeras que daban un tono cosmopolita a su vida, todo ello en un tiempo
relativamente breve, en fin, si esa Sevilla – Nueva Roma – como le gustaba
denominarse, no habría sido penetrada por la cultura del Renacimiento”. Pues
bien, Lleó Cañal en las más de trescientas páginas siguientes se dedica a
ilustrarnos sobre esa Sevilla capital del Mundo, su nueva arquitectura, la
permanente y la efímera, como la que se construyó para la boda del gran Emperador
Carlos en 1526.
Precisamente, situándolo en ese año, más adelante, escribe: “El
8 de Marzo de 1526 entraba en Sevilla el elegante humanista y embajador
veneciano Andrea Navagero; la descripción de lo que vio, inserta en su diario
de viaje, comienza con este párrafo: “La
ciudad de Sevilla se extiende por una llanura situada en la margen izquierda
del Betis, que ahora llaman Guadalquivir, y puede tener de cuatro a cinco
millas de perímetro; se asemeja mucho más que ninguna otra ciudad de España a
las italianas…”. Luego llegaría la peste, la derrota de Rocroi, la
decadencia de los Austrias Menores y, el golpe definitivo, el traslado de la
Casa de Contratación a Cádiz, in ictu
oculi…
Vicente Lleó Cañal nos rescató esa Nueva Roma. El profesor que nunca buscó la foto, como tantos hijos
discretos y sabios de la ciudad, se ha ido entre sus libros y sus silencios.
Descanse en paz.
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