Las calles de la memoria

Olía a alquitrán recién echado. Las máquinas amarillas, con sus bocas como de grandes tiranosaurios, estaban paradas. Una lluvia fina y persistente, suficiente para que ese día los obreros paralizaran su trabajo. La calle como en aquel lejano año de los setenta del siglo pasado cuando la asfaltaron. Los niños del barrio aprovechábamos la ausencia de los trabajadores para subirnos en los montones de tierra, jugar al fútbol aprovechando que la calle estaba cortada, poniendo algunos de los viejos adoquines que estaban levantando, como postes de nuestras imaginadas porterías - ¡ha sido alta! Protestaba uno que hacía de portero y no llegó al despeje del balón. Con nuestras botas de agua, simulábamos ser soldados, saltando de charco en charco, metiéndonos hasta casi mojarnos los pies, parapetándonos tras las vallas para protegernos de las balas que disparaban desde las ruinas del corral de vecinos que habían tirado hacía ya un año, donde había crecido una higuera y donde, uniendo las fuerzas...