"Un blanquito afrutado, por favor" ¿Moda de vinos blancos?
La gastronomía española ha cambiado, eso es evidente. Nuevos
platos estrella en bares y restaurantes, donde el atún (rojo) se ha erigido
como el gran protagonista preferido de las cartas. Toda una serie de platos
nuevos como los tartares, carpaccios, ceviches, cocina oriental
(particularmente el sushi y todo lo japonés). También han cambiado los locales
de consumo con la aparición de ese híbrido entre bar de tapas y restaurante que
se ha dado en llamar gastrobar. Y con esos cambios también han variado las
formas de consumo, pues el gastrobar ha traído, frente a la tapa de barra de
pie o la mesa y mantel, el servicio más “desenfadado”, las mesas altas, la
desaparición de las mantelerías y el compartir los platos entre varios
comensales. Si nos fijamos en los productos y platos que he citado anteriormente,
se convendrá fácilmente que los vinos blancos cobran protagonismo como maridaje
ideal con los mismos.
Pero considero personalmente que hay otro factor determinante en el alza del consumo de vinos blancos, el protagonismo femenino en esa nueva gastronomía. Si se fijan ustedes, sobre todos en los nuevos gastrobares que son tendencia en la ciudad, hablo de Sevilla que es lo que mejor conozco, las mesas las ocupan mayoritariamente personas de sexo femenino. Es difícil ver, hablo en general sin querer caer en tópicos ni clichés, en estos nuevos negocios hosteleros, grupos de hombres solos comiendo, no entro en comidas de negocios ni en el mundo gay. Las amigas salen más, quedan más para comer, les gusta la calle y las tertulias en torno a una mesa y son más proclives a beber vinos blancos.
¿Pero el vino blanco que se está bebiendo es mediocre? La
cuestión, siempre lo digo en mis catas, es que el personal entre en el mundo
del vino, tras un primer acercamiento a través de toda esa pléyade surgida en
los últimos años de frizzantes, semi
dulces y vinos, por lo general, con
una sensación alcohólica más baja, más fáciles de beber y más refrescantes,
quizás se vayan adentrando después en vinos más complejos y tal vez lleguen a
apreciar un chardonnay de Borgoña o un blanco reserva de Rioja algún día.
Conviene aclarar una cuestión, y lo digo también para los
(por desgracia) usualmente mal preparados camareros. Algo que repito mucho en
mis catas es que lo contrario de seco no es afrutado, sino dulce. Esa moda
horripilante de los diminutivos: “verdejito”, “riojita”, suele ir acompañada de
un “¿Prefieres seco o afrutado?”. Pues mire usted, lo quiero seco y afrutado. La frutosidad del vino es
una característica organoléptica, mientras que la sequedad o dulcedumbre va en
consonancia con la cantidad de gramos de azúcar residual por litro de líquido.
Aclarado todo esto, bienvenido sea el auge de los blancos,
de los rosados, de los generosos, de los espumosos y, naturalmente, de los
tintos, o sea que ¡Viva el vino!
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