Carta a mi querido, Antonio Rivero Taravillo
No se me ocurre mejor homenaje, en esta noche de calor
veraniego aunque estemos a la puerta del otoño, en que tu cuerpo reposa a la
espera de otro de tus viajes, que seguir esforzándome por avanzar unas páginas
de tu querido Ulises. Libro en el que me adentro a duras penas a través de los
años, a veces con poca convicción y, a veces, con poco entendimiento. Mientras,
espero tu Cunqueiro con más ganas que nunca. ¿Recuerdas cuando nos reunimos en
el Lar Gallego de Sevilla para celebrar su centenario? Que bien comimos y que
buenos amigos había. Por cierto, cuando llegues, dale recuerdos a Aquilino,
seguro que te va a saludar efusivamente alegrándose de la llegada de un amigo
en tantas cosas. Precisamente ayer lo recordábamos a él en la Academia de
Buenas Letras. Qué curioso, habéis marchado a los luceros casi en la misma
fecha, solo un día de diferencia. También hizo mucho calor cuando lo despedimos
a él en aquella luz tan blanca de una iglesia del Aljarafe. En el acto de la
Academia me levanté para recordarlo a él, recordándote a ti, que hubieses
estado allí de haber podido. Y quise que los allí presentes viajaran a una
noche a un parque de Sevilla, bajo las estrellas. Debajo de un frondoso árbol,
rodeado de amigos, estábamos los tres para hablar de lo nuestro, literatura. Me
habéis dejado solo en el cartel de la terna de aquella lidia nocturna, donde nos
habían tocado toros traicioneros, mansotes y muy políticos.
Muchos años antes, nos habíamos conocido en aquel despacho
pequeño y escondido de La Casa del Libro, donde, desde entonces, tantas cosas
organizamos con una copa de cava y muchas letras. Años después tuviste la
deferencia de compartir la presentación de mi primera novela. Desde entonces,
tantas cosas. Nuestras charlas en la radio, tus invitaciones para mandarte
algún poema a Estación Poesía, algún vino de viernes mediodía en Casa Morales…
Y nuestro querido Barbo Azul, esa tertulia que tanto te gusta ¿Verdad Teresa?
Donde tan bien nos lo pasamos hablando entre nosotros de nuestras cosas. En la
copa algún tinto español, incluso alguna vez, uno francés con mucha literatura
encima, la tuya, que nos encanta.
Quizás mañana, hoy ya, cuando vayamos a decirte hasta
pronto, venga a visitarte una llovizna fina, ojalá, como una embajadora de tu
isla esmeralda, para dar al momento un oportuno toque de alegría celta, y un
punto de melancolía, admitámoslo. Pronto los caballeros no de plateadas
armaduras, sino de sienes plateadas, volveremos a sentarnos en nuestra mesa
redonda de Triana. Allí tendrás tu sitio y, por supuesto, antes del vino que
correrá generoso en tu nombre, brindaremos con una pinta de Guinness, y puede
que nos animemos a recitar unas poesías, tuyas por supuesto. A tu memoria,
camarada, Antonio.
Comentarios
Publicar un comentario