Catalina La Barra. Tragedia en La Alfalfa


Definitivamente algunos se han creído que los sevillanos somos tontos, aunque a juzgar por como estaba el bar en cuestión de lleno, es muy probable que hasta tengan razón los que piensan que a nuestros paisanos les da igual casi todo, por muy “cuñados” que luego se pongan queriendo entender de bares y gastronomía.

Una media ración de un plato entre el tradicional salpicón de marisco y un toque de ceviche, por mucho que lo llamen “Picadillo de langostinos” (unos trocitos de langostinos por ahí perdidos)  a 11 euros una ¿tapa grande? ¿media? ¿ración? Digamos que una bandejita para dos tapas completitas, es una salvajada a ese precio en barra, una barra, por cierto, que consta en el nombre del bar que en su web se proclama: “un espacio de restauración que se erige como defensor de las tapas sevillanas, esencia de la ciudad”. A partir de esto todo lo demás es irrelevante. Aunque podríamos entrar a analizarlo.

Y comencemos por eso de las tapas, las hay, en torno a una media de 4,50 euros, tapas frías, sin elaboración en fuego`, unas diez en la carta. Las demás eso, 8, 9, 10, 12, 14 euros para arriba ¿esto son tapas de esencia sevillana? A mí me parece que no. ¿Esta bueno lo que probé? Sin duda, pero no es esa la cuestión. Sigamos por el servicio del vino. Copa de cava de buena marca, 5 euros, servido en una copa de boda barata y a temperatura inadecuada. 

Contando por encima, eran las once de la noche y los camareros estaban ya más a recoger y tontear entre ellos que otra cosa, había allí unas veinte nóminas, entre los de fuera y la cocina, que la propiedad debe afrontar cada primero de mes, alquiler de buen local en plena esquina de La Alfalfa, etc., etc. Un negocio así quizás no se pueda permitir el lujo de servir una caña y una tapa al precio habitual de la ciudad, al menos lo habitual hasta hace unos años. Lo entiendo, pero los parroquianos no podemos tragar con lo que sea para que al negocio le salgan las cuentas, porque entonces amigo, no alardees de que eres un bar de tapas tradicionales.

Porque no es un bar de tapas donde, si voy solo y quiero probar varias propuestas de su carta, me tengo que gastar una fortuna y desperdiciar encima la mayor parte de la comida. Quiero probar un llamativo tronco de bonito que se alinea en las bandejas de las elaboraciones frías de su expositor climatizado de barra, 8,50 euros, quizás por el tamaño y la calidad lo vale sin duda, pero eso no es una tapa. Me tengo que hartar de lo mismo sin posibilidad de variedad apenas, salvo que yo fuese Gargantúa.

Algunos dirán que si no me gusta que no vaya. Perfecto, pero que conste que así estamos terminando con la verdadera cultura de la tapa sevillana.

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