La foto de Ruperto

Es encomiable la labor que hacen algunas personas en las redes sociales, gestionando perfiles diversos, donde se rescatan imágenes del pasado. Hechos históricos, ciudades, personajes anónimos de bares, de comercios, que nos traen ecos de nuestra propia vida. Y como Triana, mi barrio, es tan peculiar, hasta tiene perfiles propios de este tipo. En el de Yo me crie en Triana el amigo, Manuel Crespo Luque, nos regala una foto del añorado Ruperto Blanco, el fundador de Casa Ruperto, local que nació en la calle Castilla y hoy sigue abierto, aunque nos falte su creador, en Santa Cecilia.

Traté el tema de Casa Ruperto en mi primer artículo como colaborador fijo de la sección de Opinión de Diario de Sevilla*, donde evoco aquel entorno de la infancia, en el segundo tramo de la calle, el que va desde Chapina al Patrocinio. La foto en cuestión, a la que me refiero más arriba, es de 1987, cuando le concedieron a Casa Ruperto el galardón del Garbanzo de Plata, nada más y nada menos desde la Sociedad Gastronómica de Nueva York, cuyo diploma muestra orgulloso Ruperto junto a parte de su equipo de camareros, todos con impoluta camisa blanca detrás de la barra. Pero me quiero fijar en uno de ellos, un chico entonces muy joven, moreno, está detrás del jefe y lo conozco desde pequeño. Miguel era su padre, él es Miguelito desde que niños aun jugábamos al futbol o a policías y ladrones en la acera de nuestra calle.

Miguelito era uno de los nietos de la portera de la casa, aquella casa de vecinos con su cancela de forja coronada por el año de construcción, 1938, donde vivía con sus padres y hermanas. Su abuela, cancerbera perenne en la portería de la entrada, se llamaba Remedios, la recuerdo enjuta y seria, llamándonos la atención para que no diéramos con la pelota en las paredes encaladas del pasillo. 

Ruperto Blanco y su sobrino, José Manuel

También está en la foto, José Manuel, el sobrino de Ruperto, con él desde muy joven y hoy regentando el negocio, que sigue atendiendo a diario a un numeroso público fiel que llega en busca de su Cruzcampo bien tirada, para acompañar sus famosas codornices, sus cabrillas tradicionales, sus caracoles en su tiempo, o esos montaditos de lomo que son verdaderos bocadillos de filetes, como tumbas de filisteos, que diría el clásico, sin olvidar sus montaditos de pringá y sus pinchitos morunos.

El secreto del adobo de las codornices de Ruperto se guarda como la fórmula de la Coca Cola y para probarlo hay que ir hasta esa callecita peatonal de la barriada de Santa Cecilia en Triana, donde todavía se puede saborear el aire de un bar sevillano de esos que tanto añoran algunos, lo dije en mi artículo de días atrás del Coli de Nervión y lo digo ahora, solo hay que saber dónde hay que ir y para eso yo se los cuento.  

*https://www.diariodesevilla.es/opinion/articulos/rano-Casa-Ruperto_0_1655534666.html?utm_source=facebook.com&utm_medium=socialshare&utm_campaign=desktop&fbclid=IwY2xjawLDRk1leHRuA2FlbQIxMQBicmlkETExWVdRQUZWQjFiSlRtajhJAR5G-JPIT0z-1ZZX3hbR1u0cH6IAEiy8Ty7IYvmuQZ55LzTqkwk0opfMRK00IA_aem_rAaWHHu3Nc0TB8p0sKRsVQ

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