Tiburón en el cine Villasís de Sevilla
Conservo aún la entrada del día que fui a ver la película (la foto acompaña estas líneas), el corte del portero del cine, se ve que no tenía la maquinita esa perforadora que empleaban otras, ha cortado el sello del mes y el año, pero no el día, 21, así que si no recuerdo mal fue al día siguiente de su estreno, en Junio de 1975. Lógico teniendo en cuenta que el tradicional día de estreno en los cines, viernes, fue día 20, por tanto el sábado 21, no había colegio, fue el elegido para ir. Me invitó un compañero de los Salesianos de Triana, no estaba en mi clase, yo estaba en la A, él en el C si no recuerdo mal, pero nos hicimos amigos en el comedor, compartiendo la comida que nos ponían nuestras madres en las fiambreras y el rato posterior en un poyete de la calle Sánchez Arjona, junto a los billares (hoy tienda de droguería) antes de volver a clase.
Pedro, que así se llamaba mi amigo, vivía en Nervión,
concretamente en pisos que eran de empleados de telefónica en la larguísima
calle Beatriz de Suabia. Aquel sábado le acompañaban dos chicas de su pandilla,
era una especie de cita a ciegas para mí, encuentro que dio sus frutos en mi
integración en un grupo de amigos estupendos, que dieron magníficos días de
guateques en sus casas, de ratos en la bolera de Piscinas Sevilla o deambulando
por el barrio, gracias a ellos conocí un bar que todavía visito, 50 años
después, Casa Guillermo, uno de esos
sitios de barrio de barra protagonista y tapas variadas llenando una pizarra, que
salen de una cocina diminuta, siempre en mi mente sus champis rellenos.
Todo se complicó cuando, desde una cámara submarina y una
insistente musiquilla de suspense, intuimos la aparición del gran escualo. La
cosa prometía porque los ataques del tiburón propiciaban el acercamiento de
nuestra compañera de asiento, que se agarraba a nuestro brazo mientras emitía
un pequeño grito de espanto. El olor embriagador del champú de su pelo, el
aroma fresco de su colonia de baño y el roce de una piel tersa, suave… era una
sensación que reconfortaba el alma y excitaba todo lo demás en un chico de
catorce años con las hormonas en ebullición.
Gracias a Steven
Spielberg por aquella película, por aquel día de cine, por aquella tarde de
sábado. No en balde mi entrada de aquel día presagiaba cosas favorables, era la
butaca 7 de la fila 7, mi número favorito.
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